Las fotos están tomadas desde una avioneta y tienen esa calidad que deja mucho que desear. Se trata de una tribu aislada que apareció a orillas del río Las Piedras en la Amazonía Sureste de Perú y que me dan una pena que no puedo empezar a describir.
"Es absurdo decir que existe gente aislada cuando nadie la ha visto," dijo Daniel Saba, Presidente de Perupetro, la compañía petrolera del Estado de Perú y típico mercenario de manos negras. Es decir, la tribu ya cumplió con su propósito existencial: probar que Mr. Saba no sabe un carajo y que, como era de suponer, sólo se trata de otro petrolero con ganas de talar la selva en dos días y que el que venga detrás se las arregle.
Yo miro las fotos y los veo pintaditos y defendiendo sus chozas, con su terror al eclipse y su hermosa ignorancia sana y me arde la sangre. En su santa inconsciencia le disparan flechas a la avioneta mientras desde la elevada barriga del endiosado pájaro de hierro les escupen un ruido de miedo y les tiran fotos para la prensa.
Ya veo a la panda de salvadores internacionales llevándole un biblia y una colección de enfermedades desconocidas que los matarán en un par de meses. Me los imagino ya con la camiseta de las Spice Girls que les regalaron los del Salvation Army caminando por la tierra que habitan sabrá Dios hace cuánto y a la vez perdidos entre la gente nueva y la pasajera lumbre agresiva de los flashes. Los imagina mirando con recelo de animal acorralado la cámara de la National Geographic y la de la BBC y maldiciendo a su deidad por fallarles así y mandarles los demonios blancos.
Perderán la batalla y terminarán civilizándose. Ya los oigo agradeciendo en su lengua el milagro de la democracia, las aspirinas, el chicle, las baterías, la cremita para el sol, los M&M's, los fósforos y las chancletas metedeo. Los veo cambiando el taparabos por pantaloncitos de correr y enganchándose un relojito sin cuerda a la muñeca para que marque su destiempo o el fin de su tiempo.
Veo el pietaje del Discovery Channel y las protestas porque los petroleros y los madereros ilegales de caoba ya se los fumaron para hacer el nuevo escritoria de Donald Trump y llenar de gasolina la limusina de Bush. Veo al último infeliz con el alma rota y los ojos como lagunas de dolor mirando la interminable fila de imbéciles con ipod que se acercan hasta el museo de turno para verlo sentado. Ellos no saben lo que les espera. Quiero aislarme y llorar.
"Es absurdo decir que existe gente aislada cuando nadie la ha visto," dijo Daniel Saba, Presidente de Perupetro, la compañía petrolera del Estado de Perú y típico mercenario de manos negras. Es decir, la tribu ya cumplió con su propósito existencial: probar que Mr. Saba no sabe un carajo y que, como era de suponer, sólo se trata de otro petrolero con ganas de talar la selva en dos días y que el que venga detrás se las arregle.
Yo miro las fotos y los veo pintaditos y defendiendo sus chozas, con su terror al eclipse y su hermosa ignorancia sana y me arde la sangre. En su santa inconsciencia le disparan flechas a la avioneta mientras desde la elevada barriga del endiosado pájaro de hierro les escupen un ruido de miedo y les tiran fotos para la prensa.
Ya veo a la panda de salvadores internacionales llevándole un biblia y una colección de enfermedades desconocidas que los matarán en un par de meses. Me los imagino ya con la camiseta de las Spice Girls que les regalaron los del Salvation Army caminando por la tierra que habitan sabrá Dios hace cuánto y a la vez perdidos entre la gente nueva y la pasajera lumbre agresiva de los flashes. Los imagina mirando con recelo de animal acorralado la cámara de la National Geographic y la de la BBC y maldiciendo a su deidad por fallarles así y mandarles los demonios blancos.
Perderán la batalla y terminarán civilizándose. Ya los oigo agradeciendo en su lengua el milagro de la democracia, las aspirinas, el chicle, las baterías, la cremita para el sol, los M&M's, los fósforos y las chancletas metedeo. Los veo cambiando el taparabos por pantaloncitos de correr y enganchándose un relojito sin cuerda a la muñeca para que marque su destiempo o el fin de su tiempo.
Veo el pietaje del Discovery Channel y las protestas porque los petroleros y los madereros ilegales de caoba ya se los fumaron para hacer el nuevo escritoria de Donald Trump y llenar de gasolina la limusina de Bush. Veo al último infeliz con el alma rota y los ojos como lagunas de dolor mirando la interminable fila de imbéciles con ipod que se acercan hasta el museo de turno para verlo sentado. Ellos no saben lo que les espera. Quiero aislarme y llorar.