viernes, 30 de enero de 2009

Perspectiva

Eran las 11:00 a.m. y el día no había empezado bien. Me había levantado temprano después de acostarme tarde trabajando en un pequeño proyecto literario que nada tiene que ver con la academia. Al salir a la calle el frío me recibió como un puñetazo helado en la cara. La dirección del viento me hacía caminar con la niebla de mi propio aliento metida en los ojos. Colgaba en el aire una lluvia en suspensión y fría como recién sacada de la nevera. Al llegar a la parada del autobús me recibieron diminutas estalactitas de hielo que colgaban de un letrero como silenciosos murciélagos transparentes.
El autobús se fue llenando a los poquitos en cada parada y terminé con una asiática gordita como compañera de asiento. Llegué a la universidad y caminé hasta mi clase con pocas ganas de atender. Cuando entré al salón la profesora me recibió con la noticia de que no había enviado los documentos que le correspondía enviar a tiempo y que lo sentía mucho. Me dijo que no me preocupara; podría solicitar la misma beca el año que viene. Empecé a cagarme en todas las maravillosas ideas exculpatorias de la humanidad. Después de ese diminuto bajón dedicó unos minutos a regañarnos por no traer nuestro trabajo de casa para aprovechar el tiempo de la clase y laborar en nuestros proyectos. De más está decir que a las 10:50 a.m. salí de allí con pocas ganas de hacer amigos. Como sabía que sólo una buena dosis de crítica mortal y cinismo craso me sanaría las heridas me acerqué hasta la oficina de mi amigo Bill. Para continuar con la alegría, no estaba.
Apreté el botón del ascensor y pensé en ponerme los auriculares rápido para evitar conversaciones esporádicas con imbéciles sonrientes de esos que habitan en los aparatos de subir y bajar. Cuando se abrió la puerta salió una silla de ruedas eléctrica y detrás de ella salió Bill. Nos fuimos los tres (Bill, silla y yo) hasta su oficina y nos sentamos a hablar un rato.
Ahora cambio el tiempo de la narración porque el de la silla no está muerto. El tipo de la silla se llama Jacob. Tiene el pelo largo y una barba que acentúa la camisa rocanrolera que se suele poner (todas son negras, como las mías). Jacob no puede caminar ni hablar. Tampoco puede bañarse, comer o vestirse solo. Mueve su silla usando su retocida mano derecha y se comunica escribiendo mensajes cortos en una libreta que lleva siempre apoyada en su regazo y tiene que ser leída y luego devuelta a su lugar por quien charla con él. Agarra el bolígrafo como puede y su letra es casi ilegible... como la mía.
Regreso al pasado. Hablamos de música y Bill le hizo el cuento de cuando entrevistó a Willie Nelson. Jacob escribió sobre su graduación: se gradúa en mayo de su bachillerato en periodismo y quiere escribir para el Austin Chronicle. Bill le estaba ayudando con un artículo que quiere publicar sobre la vez que hizo "crowd surfing" en su silla de ruedas en un concierto de Korn porque el cantante lo reconoció e invitó al público a levantarlo y hacerlo viajar sobre la muchedumbre. Nos reímos un poco más y Jacob tuvo un par de taques de tos. Le encanta mi negro sentido del humor y a mi sus ganas de vivir.
Jacob se fue luego de un rato y Bill y yo sólo comentamos que conocer a alguien así te pone la vida en perspectiva. Cuando salí de la oficina de Bill me sentí como un imbécil. ¿A quién carajo le importa la beca? ¿Qué importa pasar un poco de frío? ¿Qué importa pasar un poco de hambre, de sed, de angustia, de dolor, sufrir un desengaño o tener que trabajar más de lo que nos gustaría? Los seres humanos son expertos en preocuparse por nimiedades. Cuando estaba llegando al autobús me dieron ganas de llorar. No es que me diera lástima Jacob sino que son pocas las veces en la vida las que se conoce a un ser humano con unos cojones así de admirables. Jacob es un monumento a echarle cojones a la vida. Deberíamos ser todos un poco más como él.

miércoles, 21 de enero de 2009

Tránsfuga

Tránsfuga absoluta: del vacío colectivo a la nada. Siento que en algún lugar entre el mar y un avión dejé tirados los últimos pedazos que quedaban de mi escritura con alas. Detestar los bloqueos es tan inútil como escupirle al universo. Creo que un programa sobre lo inevitable que son los finales me arrancó de cuajo la inspiración. También puede ser que las palabras descansan silentes en algún rincón ahogado en sombra y esperan que nos despistemos para saltarnos encima otra vez.
Existe también la posibilidad de que mi sistema aún se encuentre en recuperación después del impacto de sentirse tan de vuelta como si nunca me hubiese ido. A lo peor es por eso que cada nuevo papel revolotea por esta diminuta habitación con cara de amenaza.
Todos son excusas: es una noche perfecta para escribir. Si tan sólo hiciera silencio el televisor e hiciera menos frío afuera y la cama no se viera tan cansada y los zapatos dejaran de mirarme y la nevera no tuviera un motor de avión enfermo y a las mesa se le quitara esa tonta inclinación casi imperceptible y las teclas no requirieran tanto esfuerzo para trabajar y la playa estuviese más cerca y la montaña de ropa sucia no me acusara de delitos innombrables y el diccionario cobrase por hora y se me destapara la nariz e hiciera mutis la guitarra que suena en mi cabeza y el vacío saliera de los cajones... creo que entonces escribiría algo esta noche.

viernes, 16 de enero de 2009

Encarnación

Héroe de lo insepulto, camino entre las rosas.
Libre y doliente como un niño, canto.
Y es el olvido un árbol derramado en mi frente,
una forma inefable de sangre verdadera.
- Francisco Matos Paoli

Lamento que mi infinita estupidez no me permita agregar nada...

jueves, 15 de enero de 2009

Cargando la batería


Es sábado y son las 7:30 a.m. Ojeo el periódico con poca concentración y haciendo un esfuerzo considerable por no leer nada: no me quiero joder el día. La puerta de casa se abre y se cierra varias veces y después de los consabidos abrazos y besos se llena mi mesa de entidades únicas e irrepetibles. La eventura espera.
Una parada para comprar hielo y un viaje de dos horas lleno de anécdotas, preguntas y discusiones intelectuales de alto vuelo mezcladas con banales chistes baratos (mientras más asquerosos mejor) le preceden al paraíso terrenal. A eso de las 11 de la mañana entramos en los caminos de tierra que desde mis 15 años me llevan a uno de mis sitios favoritos de esta dimensión: el último rincón de la jungla en Guánica.
Un leve percance y una confusión de Manu en cuanto al tema de la diestra y la siniestra desenlaza con nuestro vehículo varado en unos dos pies de fango salado. Las próximas dos horas son una mezcla surreal de lodo, esfuerzo, ideas, empujar, estirar, beber cerveza, atar cadenas, risas, bromas, chistes y felicidad.
Finalmente dos sujetos sin dientes rescatan al atrapado caballo de hierro y hacemos nuestras entrada triunfal al cielo.
Trobi, Manu, Willie, Jorge, Meche y yo. La playa y el agua clara. Primero cerveza, después vodka y al final, casi como un inevitable accidente, ron. Simpáticos pepinos escupen agua y los vasos se vacían. El pasado se reconquista con historias que el tiempo no ha logrado borrar. Se vence momentáneamente el pavor al futuro y se hacen planes. Olvidamos edad, responsabilidad, muerte, divorcios, vacas flacas, clases, abandonos, frustraciones y el reloj. Nos llenamos de existencia y curamos heridas con salitre. El horizonte no es más que un marco caído que encuadra la amistad en remojo. Vivimos a carcajada limpia una realidad temporal que casi hace posible creer en dios.
Al final todo se acaba, pero qué bien la pasamos. ¿Familia, repetimos en verano?

domingo, 4 de enero de 2009

No patrocino

No patrocino Starbucks porque me parece una asquerosa fantochería para yuppies, pseudointelectuales, universitarios con dinero y pendejutivos con trajes oscuros y un vacío insondable en la cabeza. Sólo quería aclararlo porque voy a hablar de otro sitio donde dicen que venden café (y poco más): Borders.
No patrocino Borders desde que descubrí Halfprice Books, una utopía comercial en la que adquiero mi literatura por un dólar. Cada libro que he comprado en esa tienda me ha costado, literalmente, 100 centavos. El problema radica en que ahora estoy de compras en Puerto Rico y tengo la ardua tarea de comprar un regalo para mi señor padre, devoralibros de por vida, crítico implacable e intelectual con mucha mala uva y demasiada experiencia literaria: no se le puede regalar cualquier mierda. Pues bien, visito el local de Plaza Escorial y luego el atestado infierno de Plaza Las Américas. He aquí una multiplicidad de razones por las que reitero después de esa experiencia que no patrocino Borders:
1- Louis-Ferdinand Céline, Thomas Mann, Nicholson Baker y hasta el genial José Saramago, por mencionar algunos, son alienígenas bestias desconocidas cuya obra pertenece en las polvorientas estanterías de sabios de larga barba blanca al lado del Necronomicon, Des Vermis Mysteriis y el Cultes des Goules. En defensa de ese antro, tenían un veintiúnico libro del Nobel portugués... el más nuevo y sumamente caro.
2- Un sinnúmero de punks, góticos y emos, todos entre los 14 y los 18 años, han hecho de los pasillos de la tienda su nueva sala de estar. No leen nada, no buscan nada y no compran un carajo; se limitan a sentarse a charlar en el medio y a estorbar al que busca un libro. Tranquilamente juegan PSP, hablan por el celular (nada más gótico que la comunicación interpersonal a larga distancia mediado por un diminuto aparato electrónico) y escuchan música. Mis instintos asesinos sienten un especial amor por todos ellos.
3- Gordas incultas, flacos ignorantes, jóvenes idiotas, envejecientes alelados, madres necias, hijos estúpidos y transeúntes increíblemente torpes se pasean por el medio en busca de nada. Algunos hasta se atreven a levantar la mandíbula al aire mientras discuten con otra bestia humana su opinión sobre el último libro de Silverio.
4- A falta de literatura real, mesas y más mesas rellenan el espacio-no-espacio con la insípida obra de Pablo Conejo, libros de cocina, panfletos de autoayuda, psicología light para analfabestias, malas traducciones de obras pésimas, enardecidas feministas latinoamericanas recontando la misma historia por enésima vez, insignificantes poetas soeces, audiolibros, reciclajes patéticos de la obra de Dan Brown, vacilonas novelas de suspense, el último secreto de los Templarios y muchas otras muestras de bazofia literaria, asesinatos innecesarios de árboles, sedimetos de la cultura consumista, desperdicios mentales de juntapalabras sin talento y malgastos imperdonables de espacio material.

Me cago en todo la cagable y hago la siguiente advertencia: el o la próxima genio que se atreva a decirme que Borders es una tienda de libros se va a llevar un bofetón que va a estar una semana cagando dientes. Lo dicho: no patrocino.

sábado, 3 de enero de 2009

Gracias, Mr. President

El día después de la toma de posesión de Flojuño, El Nuevo Día publicó esta carta de agradecimiento de este servidor al rey de la imbecilidad, al máximo exponente de la tontería, al señor de la guerra inútil, a la marioneta de Cheney, al más cagalitroso de todos los presidentes: George W. Bush. Aquí se las dejo con un poco de lástima por no haber podido utilizar los adjetivos calificativos que más exactos pero con la esperanza de que lo dicho cale hasta donde debe calar en un buen entendedor. Feliz año nuevo.

Gabino Iglesias
Escritor y periodista
Gracias, Mr. President

La nación americana se encuentra en un estado de excitación y desesperación por empezar a jugar con su nuevo presidente. Mientras esa fecha llega y todos los ciudadanos esperan con ansias locas la oportunidad de probar a su nuevo líder, deseo aprovechar para agradecerle su ejecutoria como presidente de la nación más poderosa del mundo al señor George W. Bush.

Señor Presidente: muchas gracias por demostrar que un individuo con el coeficiente intelectual de un poste de verja puede llegar a ese cargo.

Gracias por mantener a raya su personalidad belicosa y por otorgarle paz al pueblo que lo eligió.

Gracias por la misión cumplida en Irak y por la popularidad y simpatía de la que disfruta la nación americana a los ojos del mundo en virtud de sus brillantes decisiones, políticas humanistas y acertadas expresiones en público.

Gracias por respetar la opinión de la ONU y por estrechar los lazos con México. Gracias por defender con uñas y dientes los derechos de los prisioneros de guerra y de los inmigrantes ilegales. Gracias por batallar a toda costa contra la corrupción, la tortura y los grandes intereses. Gracias por su pronta y sabia respuesta a los atentados terroristas y a Katrina. Gracias por firmar de inmediato en tratado de Kyoto y por sus continuos esfuerzos por salvaguardar el medioambiente.

Gracias por exaltar la mediocridad, por lograr ese inmenso desarrollo económico del que disfruta su país, por crear tantos empleos, por ocuparse tan genialmente de las relaciones internacionales, por evitar guerras y gastos innecesarios, por apoyar a los homosexuales tan abiertamente y por mantener vivo el sueño de la democracia.

A sabiendas de que tan buen trabajo no es posible sin la ayuda de sabios y sensatos colaboradores, también me gustaría agradecer a los mercenarios repulsivos de Alberto Gonzales y Dick Cheney. ¡Gracias a los tres!