miércoles, 31 de agosto de 2011

Discrimen

Esta semana me enteré de que Planet Fitness, una ridícula cadena de "gimnasios" americanos en donde sirven pizza y las máquinas parecen mueblos posmodernos de una película de Kubrick, va para Puerto Rico. El local abrirá en Carolina y estoy seguro de que, para no variar, una sarta de gente hará fila afuera para apuntarse en la última mierda gringa en pisar suelo boricua. Aunque este tema ya se ha tratado aquí anteriormente, hoy lo que me preocupa es otra cosa: el discrimen. Discriminar contra alguien, ya sea por raza, genero, edad o sexualidad, es una soberana tontería. En el caso de Planet Fitness, el discrimen es contra individuos como yo sin importar ninguna de las anteriores.
Los imbeciles de Planet Fitness tiene una política en contra de cualquiera que levante un peso que lo haga gruñir, cualquiera que se vea en la obligación de dejar caer un par de cientos de libras al terminar un set y de cualquiera que posea una dimensiones un poco más grandes de las "normales" (y no me refiero a los gorditos).
Como culturista, como entrenador personal certificado por ATI, como amante del hierro y como tipo con problemas para encontrar camisas, esto me revienta. La cadena incluso a realizado anuncios de televisión y de radio en los que se burlan de aquellos que en primer lugar deben ocupar un gimnasio. "If you're IQ is lower than your BMI, planet fitness is not right for you," dice el anuncio de radio. ¿Qué relación hay entre el índice de masa corporal y el coeficiente intelectual? Eso jamás me lo enseñaron cuando me certifiqué.
En la página de la compañía aparece esta barrabasada: "Planet Fitness is known for a lot of things – our absurdly low prices, our Lunk™ Alarm, and most of all perhaps, for our Judgement Free Zone® philosophy, which means members can relax, get in shape, and have fun without being subjected to the hard-core, look-at-me attitude that exists in too many gyms." ¿Cómo coño funciona eso de relajarse y ponerse en forma? Uno se relaja leyendo un libro o viendo una película, no entrenando. ¿Cómo se puede ser una "zona libre de prejuicios" cuando no me dejas entrenar a mi en tu "gimnasio"?
Los atropellos a la razón son muchos más de los que voy a nombrar aquí, pero me los dejo en el tintero. No quiero aburrirlos con un tema que sólo me llega a la cabeza en días como hoy, cuando tengo que aguantar a un par de cientos de novatos dando vueltas y estorbando en el gimnasio de la universidad como si fueran animalitos recién soltados dentro de una jaula nueva. El punto es que me gustaría que los lectores de este foro mandaran a Planet Fitness a la mierda y regaran la voz. Si un gimnasio decide hacer lo mismo con los gordos, tendríamos una demanda antes del fin del primer día de operaciones.
Mientras convenzo a mi editora de que me deje escribir algo sobre esto, sólo me queda el consuelo de que un par de amigos del gimnasio, todos muy bien alimentaditos, ya me dijeron que irían conmigo a un Planet Fitness a entrenar como lo hacemos en la universidad y a ver cuál intelectual de esos que se relaja para ponerse en forma nos saca de allí. A lo mejor es una medida tonta pero no se puede esperar más de un tipo con callos en las manos que usa camisas XXL.

domingo, 21 de agosto de 2011

Aquí vamos otra vez

Sentado en un salón de clase escuchando a dos novatos contarle mentiras a un grupo de recién nacidos asustados me inundó la cabeza un pensamiento horrible: esto es el principio del fin del verano. Una vacua orientación desorientada en donde se repitió lo mismo que en las anteriores tres a las que me han obligado a asistir: triste fin a un tiempo feliz. Con la realización de que empieza el semestre encima de la espalda como una toalla fría cerré los ojos y revisé mi batería: todo listo para otro año escolar.
Llevo tres meses leyendo como un poseído, viendo películas cuando me da la gana, entregándome a Morfeo las pocas veces que se digna a visitarme, explorando música nueva a diario, escribiendo sin parar y caminando por el mundo con el paso firme y sereno del que sabe que al final siempre hay otro día para preocuparse de las nimiedades. Ahora me salta a la nariz el hedor de un nuevo comienzo, de un semestre lleno de preguntas e individuos por conocer y de dos clases llenas de personas que, si la voz de la experiencia no me falla, tenderán en su mayoría a la estupidez insulsa de todos los jóvenes ajenos al mundo, a la lucha, a la lectura y a la vida real.
Sumo este verano, mi primero en Austin sin una visita a casa, a tantos otros veranos en la playa o en España. Inhalo fuerte y aprieto los puños. Espero con ansias locas el primer golpe. Aquí vamos otra vez.

domingo, 14 de agosto de 2011

Buscapié: Playa

Aquí les dejo una columna inspirida por algunas imágenes que otros compañeros blogueros han sido tan amables de compartir.

En otras noticias, ya estoy completamente mudado, conectado al ciberespacio y listo para volver a escribir en este espacio más a menudo.

14 Agosto 2011
Playa

Gabino Iglesias

El periódico da indicios de que se acaban las vacaciones. Ante la dolorosa realidad de que el verano es una veleidad literaria creada por aquellos que no viven de cheque en cheque, a Pepe se le antoja súbitamente un día de playa. Con la economía por el piso y los gatilleros del patio en acelerada carrera por romper todos los récords de asesinatos, Pepe confía en que Puerto Rico aún tiene mucho que ofrecer. Si bien la calle da asco, nadie despinta la hermosura de los recursos naturales de la Isla del Encanto.

Mientras coloca las cervezas en simétricas líneas en el fondo de la neverita, Pepe piensa en esa húmeda orgía de verdes que es el Yunque, en la delicia que es nadar entre manglares en la Isla de Guilligan y en el placer que siente al hundir los pies en la arena de la orilla. Pepe sonríe, apretuja a su familia en el carro y parte con rumbo fijo, los cristales abajo y Roberto Roena en sus bocinas.

En la playa no hay sitio. Donde no se levanta un montículo de basura hay una carpa y donde no hay carpa hay grupos de tollas alrededor de una nevera. Finalmente Pepe consigue ubicar a los suyos en seis pies cuadrados de arena. En cuanto desenfunda el pie de sus chanclas metedeo estalla el machacón bajo de un reggaetón cercano. Alaridos salvajes detonan un segundo después. Entre una muchedumbre alborotada se mueve una chica. Sus torpes movimientos dejan clara su embriaguez y sus eléctricos movimientos pélvicos asustan a cualquiera. Un turista, atrapado entre el miedo y la curiosidad mórbida, saca fotos con su teléfono.

Pepe se mueve cuando a la bailarina se le sale un seno de su diminuto bikini y los que la rodean emiten sonidos equivalentes a los de una manada de orangutanes al oír un disparo. La movida es inútil y la escena se repite más adelante.

De camino a casa, Pepe comienza a entender por qué los que tienen vacaciones siempre se suben en un avión.

El autor es estudiante doctoral.