jueves, 17 de abril de 2014

Buscapié: Orgullo



Aquí les dejo la columna del fin de semana pasado. Cuidado con el orgullo injustificado. 

Orgullo
Gabino Iglesias

            Cuando busco escapatoria del trabajo y separarme de la computadora no es una opción, me conecto a Facebook. Por lo general siempre es lo mismo. Hay chistes mongos, noticias faltas, ortografía pésima, algún artículo interesante de ciencia, muchas fotos (la mayoría de mascotas) y la típica frase del que no entiende cómo funcionan las redes sociales ni los humanos: "Estoy destruida por algo que me pasó, pero no quiero hablar de eso."
            Todo ello me parece inofensivo y, dependiendo del día, hasta buen entretenimiento gratuito. Sin embargo, últimamente me he topado con una tendencia peligrosa que apunta a un problema profundamente arraigado en el consciente colectivo boricua: el orgullo injustificado.
            Si alguien critica la Isla del Desencanto o señala con tristeza el grotesco estado de la criminalidad, inmediatamente aparece una tropa de orgullosos y nombran el Yunque, las playas, las mujeres bellas, algún boxeador retirado, un artista (por lo general nacido en Estados Unidos), el Viejo San Juan, alguna montaña y aquel mito ridículo de que Puerto Rico lo hace mejor como prueba infalible de nuestra calidad y absoluta superioridad. Claro está, ninguno de ellos se toma la molestia de explicar en qué exactamente es tan deslumbrante el desempeño del país. Resulta que fuimos, somos y seremos los mejores, pero nadie sabe en qué.
            Da lástima que mis compatriotas sientan un orgullo ciego y vacuo por cosas que nada tienen que ver con ellos. Se puede sentir orgullo por los recursos naturales del país (sobre todo si ese amor lleva a su preservación), pero mencionar la belleza de las playas como contrapunto a la necedad rampante es como decir que Puerto Rico es mejor que Suecia porque el clima es mejor en invierno.
            El amor patrio es una cosa peligrosa. Se puede amar a la tierra que te vio nacer, pero el momento en que ese afecto te ciega, se pasa del apego al fanatismo, y el fanatismo es, por lo general, el más peligroso sinónimo de estupidez.