martes, 25 de septiembre de 2007

Una foto


Es casi algo poético. Se abre el diafragma de la cámara y un segundo queda plasmado para toda la vida. Y de vez en cuando sucede que, por algún capricho del destino, nos topamos con el pasado en forma fotográfica.
Hace unos días me encontré con esta foto. Juanito, Willie, Trobi y yo, bebiendo a media mañana y jugando billar en una bar de Playa Santa. Eran otros tiempos. Eran días que se pintaban de sol y noches que se nublaban de alcohol. Era otra música y otros libros. Otras amistades, otra universidad, otro trabajo. Discutíamos sobre lo que íbamos a hacer con nuestras vidas. Después la vida pasó y se limpió el culo con nuestros planes. Willie se casó. Juan está más canoso y más flaco. Trobi estudia su maestría y yo soy profesor. Ahora nos limitamos a añorar aquellos días de risa y cerveza, de música y güisqui a cualquier hora del día. Guánica sigue en el mismo sitio. Aún somos hermanos y nos queremos igual, pero la vida siguió, las cosas cambiaron. Ahora hacemos citas para vernos y nos reunimos sólo en ocasiones especiales, como la gente adulta.
Veo esta foto y veo lo que fuimos, un tiempo que a pasó y dejó su huella. Trato de evitar sistemáticamente la nostalgia tonta y la melancolía barata, pero extraño el pasado. Es increíble todo lo que puede traernos una foto. Me veo, como buen escritor, obligado a terminar esta entrada con palabras prestadas:
"Y entre tantas victorias
-recordamos ahora con la sonrisa triste-
llegamos a pensar que también venceríamos
sobre el destino incluso, sin saber que el destino
no se rinde a la fuerza ni al empeño,
ni que tantos propósitos en las cenas del sábado,
todo aquello que íbamos
a hacer con las mujeres y la vida,
sería más bien esto que los jueves
no deja de asombrarnos que hayan hecho
la vida y las mujeres con nosotros"
- Vicente Gallego
De más está decir que esta entrada va dedicada a Juan, a Trobi, a William, a Guánica, a la juventud que ignora el futuro y a todo lo bueno que la vida tatúa en nuestro pasado con tal de que nos toque el corazón una puñetera foto que encontremos de cuatro amigos tomando cerveza.

lunes, 17 de septiembre de 2007

Un día en el circo

Es sábado y la vida se las arregla para que tenga que salir a la calle. Estoy en Plaza Carolina y se me aguza el ojo. Estoy en una tienda de zapatos y detrás de la caja registradora hay una mujer muy varonil toda vestida de negro. Veo que tiene una pulsera de plástico en la muñeca izquierda. La pulsera tiene escrito "Dios es Bueno". Eso sí que es una declaración del carajo. Sigo mirándola por aquello del entretenimiento y me percato de que tiene un enorme chupón o hicky en el lado derecho de su cuello. Me río. Me asomo a la puerta de la tienda parsa escapar de la maldad que hay en mi cerebro y no decir nada y veo un gigantesco muñeco de alrededor de 11 o 12 pies de alto. Es un cabezón con un uniforme de la Guardia Nacional y juega con cinco o seis niños que tiene a su alrededor. Siento náuseas y vuelvo a entrar a la tienda. Hay un cochofle negro con el pelo pintado de amarillo al lado de la caja. Lleva unos pantalones blancos tan apretados que le deben estar tocando el ombligo... por dentro. Salgo de allí esperando que la visita al supermercado me depare menos visuales desagradables.
Llego al supermercado y me bajo. Llueve. Aprieto los dientes y me cago en Murphy como siempre. Después de dos minutos de confusión encuentro un carrito. Obviamente, no anda bien y tira para la derecha. Choco dos veces al girar para entrar en los pasillos hiperpoblados del recinto. Finalmente, luego de varios empujones y tres o cuatro viejas cruzadas en el medio, llego a hacer la fila para pagar. Veo pasar un gordo como de siete pies con la barriga saliéndosele por debajo de la camisa y un culo que las nalgas casi le pegaban en la nuca cuando caminaba. Miro hacia delante para evitar problemas. En frente de mi carrito hay una ghetto queen con un tatuaje indescifrable en el antebrazo izquierdo. Lleva una camisita azul apretada que revela todas sus formas, y eso no es bueno porque dichas formas debería haberse quedado ocultas. Tiene más maquillaje que un payaso. Decido mirar mejor lo que está comprando antes de sucumbir a la rutina de ver las TeVe Guía para combatir el aburrimiento. Eventualemente escribiré algo sobre mi idea de que se puede decir mucho de una persona por lo que compra en el supermercado. La ghetto queen lleva, entre otras cosas, ocho latas de cornbeef marca Grande y 16, si, dos veces ocho, padrinos de dos litros de Fanta de uva.
Salgo del supermercado a buscar el carro bajo la lluvia y mientras corro pienso en la paz y tranquilidad, en la belleza y el solaz que me ofrecen mis callados libros y el silencio pac+ifico de mi casa. Creo que me estoy volviendo viejo.

viernes, 14 de septiembre de 2007

Un paso más hacia el precipicio


Les presento al último exiliado del infierno en la tierra. Se llama Zeno y es la creación más reciente de la compañía Hanson Robotics. Por el momento es sólo un prototipo de 17 pulgadas y 6 libras de peso que le demuestra al mundo las posibilidades de la tecnología. Lo que más me jode es el hecho de que lo piensan comercializar como un robot de compañía que sólo tendrá un costo de alrededor de 300 dólares. El pequeño pedacito de apocalípsis tiene ojos que parpadean y te persiguen mientras caminas por la habitación (¿nadie ha visto la pelicula de Chucky?). Además, este "artificial boy" asemeja casi todas las expresiones de la cara de los humanos. Gracias a todos los santos, todavía no camina ni habla, aunque son cosas que definitivamente hará en el futuro. Es bueno saber que aquellos imbéciles sociales que no puedan encontrar con quien llevarse bien entre los 6,477 millones de personas que hay en la faz de la tierra, tendrán un diminuto amigo artificial que los ayude a discutir sus problemas y compartir sus alegrías.
Alguien entrará un día en la habitación de su recién nacido y encontrará a Zeno mirando con expersión de odio la cuna. Creo que la foto habla por sí sola. En ese momento se desatará la guerra. Ruptura del todo. Pandemonio. Una hermosura indescriptible. Yo sigo esperando.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Profesor

Hay palabras que, al pronunciarse, caen por el centro de la habitación donde se esté con el peso de un martillo gigante. Estos vocablos no necesariamente son soeces o desconocidos. Para ilustrar la potencia que pueden tener algunas palabras, utilizaré el ejemplo que vivió este servidor la semana pasada.
Había culminado los tediosos trámites correspondientes a la adquisición de un nuevo empleo. También había llegado al lugar en donde ejercería una labor a cambio de cierta remuneración económica. Hasta me había vestido de persona con todas las complicaciones e incomodidades que dicha facha conlleva. De improvisto, me vi frente a un grupo de jóvenes que no distaban mucho del número de veranos que ha vivido el que suscribe. De repente, como un frío súbito, como un alarido que surge de la nada, como un impacto de bala en medio de un tango, como un avión que entra estrepitosamente por la ventana de una iglesia, como el quejido inhumano de un gato a las tres de la mañana, como una garra de oso deslizándose sobre una pizarra sale de la boca de una de las mujeres que allí estaban sentadas: "Con permiso, PROFESOR".
De más está decir que en la eternidad que duró el subsiguiente segundo, todo lo que me podía temblar me tembló y algunas paredes imaginarias en las que alguno de mis duendes mentales había escrito un pequeño pronostico sobre lo que sería mi vida se resquebrajaron. La habitación dio vueltas y quedé suspendido en el vacío de la incertidumbre. Por suerte, la capacidad de improvisación que me caracteriza me sacó adelante. Antes de que me diera cuenta salió reptando de mi boca lo único que me podía salvar: "Dígame".