martes, 22 de mayo de 2007

Recuerdo II

A veces recuerdo salir del Hotel Pennsylvania a las tres o las cuatro de la mañana, con frío, y caminar con las manos en los bolsillos de mi chaqueta. Algunas veces iba solo, otras veces iba con Trobi. LLegaba, o llegábamos, a un callejón donde un indú habría su tiendecita de comestibles las 24 horas y compraba una chocolatina. Si Trobi estaba, compraba Snapple. Y así recuerdo apoyarme en las paredes sucias del Hotel Pennsylvania con la chocolatina en mano. Oliendo el humo del cigarrillo de Trobi mientras su cara se desdibujaba tras volutas de humo cansado y su boca paría genialidades o pendejadas con la misma facilidad. Recuerdo que éramos felices. Recuerdo que íbamos a cambiar el mundo. A veces creo que es mejor no recordar.

martes, 15 de mayo de 2007

Cuatro cervezas, tres amigos, dos ciudades y una noche

Todas las ciudades tienen dos caras. Todas esconden un lado oscuro que sale a la hora de las ratas y el silencio y que la mayoría de la población no conoce. Río Piedras es una ciudad de grietas y cigarrillos, de tecatos y prostitutas, de música y teatro, de alcohol y aceras, de proxenetas y jeringuillas, es una ciudad peligrosa, plural, heteroglósica y extraña... y de noche se pone peor.
Anoche Río Piedras estaba en pleno hormigueo, sin importar que fuera lunes, y ahí estabo yo, en el lado oscuro que no visita ni la policía, tomándome una cerveza en cada barra repleta de olores insultantes y escabrosos habitantes nocturnos. ¿La culpa? de Jorge. De vez en cuando uno se topa con personas a las que no les puedes contestar con una negativa, incluso obviando la alta probabilidad de que el asunto termine en un daño a tu salud.
El punto es que en algún punto se apareció Gambi y nos perdimos por las calles en busca de los peores antros de la ciudad para que Jorge pudiera escribir su crónica y me parece que encontramos uno que merece mención. Unas telas rojas decoraban un techo lleno de pequeñas bolas de discoteca. La iluminación provenía de unas bombillas rojas y azules que delataban la calidad de putero del lugar. Un sonriente Buda al lado de una flores amarillas daba la nota discordante de turno. La bartender que nos atendió padecía un estrabismo simpático y entre la falda y la camisa se le salía una goma de repuesto color carne que temblaba cada vez que bailaba bachata. El local era tan angosto que no cabría un vehículo dentro. Para sorpresa de los tres, la cerveza estaba fría y la gorda tuvo la decencia de limpiar la boquilla antes de darnos las cervezas en la misma servilleta. No pude evitar sonreir a la vez que la vellonera escupía aquella bachata de "las cinco de la mañana" que tanto me recuerda a mis noches dominicanas. Salimos a las goteras de la acera y nos fuimos. No me queda la menor duda de que si la compañía es buena y la cerveza está fría, puedo pasarla bien en cualquier sitio.