martes, 29 de marzo de 2011

Carta abierta a Wanda Rolón

Señora Rolón,

Si bien eso de señora le queda un poco grande, a este servidor le gusta tratar a la gente con respeto aunque no se lo merezca. Mi nombre es Gabino Iglesias y soy escritor y periodista. En mi tiempo libre, disfruto de leer la prensa puertorriqueña en busca de la última barrabasada política. De ahí que tuviera la mala suerte de tropezarme con sus descerebrados comentarios sobre Ricky Martin.

Le aseguro que no soy fanático de Ricky Martin. De hecho, en este mismo blog he deconstruido con toda premeditación y alevosía una nota sobre el “libro” que “escribió” (dada su cortísima capacidad, le aclaro que el uso de las comillas es para poner en entredicho el valor literario del tomo y para apuntar al claro hecho de que Ricky Martin no tiene las herramientas para escribir un libro solo. Si aún tiene dudas, busque a alguien que se lo explique). Aclarada mi posición en relación a Ricky Martin, me veo en la obligación de responder a sus comentarios sobre la sexualidad del “artista.”

Ricky Martin mintió sobre su sexualidad por mucho tiempo. Bueno, en cualquier caso lo intentó. El punto es que esa negación mal llevada y ese secreto a voces eran reprochables por su falta de honestidad y valentía. Sin embargo, el hecho de que Ricky Martin sea homosexual no es nada que se deba señalar, criticar o recriminar. Ser homosexual, muy al contrario de lo que le pueda parecer a su atrofiado, malnutrido y escaso cerebro, no es nada malo. De la misma manera, los miembros de la comunidad lésbica, gay, bisexual y transgénero no son “drogadictos, alcohólicos y adúlteros,” como usted los ha llamado. Si bien hay miembros de esa comunidad a los que les aplican uno o todos sus epítetos, también hay un sinnúmero de ellos que son personas trabajadoras, buenos hijos e hijas, miembros valiosos de la comunidad, líderes y artistas.

La sexualidad es algo que se lleva por dentro, prácticamente escrito en el ADN. Ricky Martin no puede “promover su homosexualidad” aunque lo intente. Insultarlo por ser homosexual es síntoma de un raquitismo intelectual apabullante y de un inmerecido sentimiento de potestad. Ricky Martin, al igual que usted y que yo, es libre de hacer con su vida, su cuerpo, sus sentimientos y su carrera todo lo que le venga en gana mientras sus actos no perjudiquen a niños, ancianos o animales. De hecho, el que Ricky Martin no se pueda casar en donde le dé la gana es lo que verdaderamente debería usted invertir su tiempo en denunciar.

Para terminar, me gustaría señalar que entiendo perfectamente que usted, desde ese descerebrado y pasional lugar religioso que ocupa, intente poner trabas a la evolución del pensamiento crítico y disfrute de mutilar con sus palabras los loables intentos de la comunidad homosexual por fomentar el ambiente de igualdad y aceptación que se merecen. Aunque entiendo la ignorancia ciega y religiosa desde la que nacen sus palabras, no deja de causarme risa el pensar que hay personas cuyo défcit neuronal es aún mayor al suyo y le hacen caso a las barrabasadas que salen de su boca (orifico que, dicho sea de paso, debería estar cubierto por un bozal en todo momento). Por último, no se me escapa la jocosa ironía de que haga sus conferencias de prensa dentro del Capitolio. A la hora de predicar, nada mejor que hacerlo desde el equivalente intelectual y moral del peor de los prostíbulos.

Si la inopia fuera dolorosa, no me cabe la menor duda de que usted sería adicta a la morfina. Gracias por su tiempo,

Gabino

viernes, 25 de marzo de 2011

Escapatoria

El viernes de la semana pasada agarré el famoso libro de "Into the Wild" de Jon Krakauer y me subí a una pequeña montaña en Mayfield Park and Preserve. Con el trasero en una roca y un pie apoyado en un árbol leí sobre las aventuras de McCandless y me di cuenta de que aún sueño con la vida de Everett Ruess. En voz alta leí una carta de Ruess en la que le explica a su hermano por qué le es imposible regresar a la vida de ciudad. Por enésima vez en mi vida me di cuenta de que todos vivimos más o menos en el epicentro de nuestro propio anticlímax. El asco que siento por la sociedad y todo su sarta de construcciones malogradas me puso a calibrar otra vez sobre un futuro desconectado.
La tentación de perderme en el algún remoto lugar salvaje jugó con mi pensamiento un rato. Más tarde, a sabiendas de que mi propia rutina me necesitaba, me bajé de la montaña con el libro en la mano y me fui a casa.

El sábado me senté con Valerie June, una talentosa cantante de Tennesse, en la barra del histórico Driskill. Hablamos de música y de la vida. Después de la entrevista me subí en el autobús y pensé en lo gracioso que era haberme ido sin pagar de semejante lugar rebosante de lujo. En ese momento, con una sonrisa en la cara y el trasero en un sucio asiento de autobús, me di cuenta de que cada uno escapa como puede...

domingo, 13 de marzo de 2011

Doceavo buscapié

Eugenesia política. El concepto es tan sencillo como acertada es la idea.

13 Marzo 2011
Eugenesia

Saludos. Mi nombre es Libro y recurro a este foro público para proponer una solución a la actual situación sociopolítica de Puerto Rico.

A través de los años, he sido testigo silente de la continua degeneración intelectual del país, la celebración de atrocidades imperdonables, la conversión del término político en sinónimo de inculto y, lo que más me duele, la innegable llegada de ese futuro que predecía Bukowski: “Un lugar donde las masas elevan a los ineptos a la categoría de héroes”.

Recuerdo con cariño la época en que individuos con apellidos como Hostos, Albizu y Betances acariciaban mi lomo y, lejos de particularidades políticas, buceaban por mis páginas en eterna búsqueda de crecimiento intelectual.

Desde hace años sólo me queda el recuerdo de sus inquisitivas mentes y la vergüenza de mi inminente desaparición ante el doloroso olvido de los políticos contemporáneos.

Hoy en día, como todo retirado, dedico mis mañanas a leer los diarios del país. La atolondrada forma de expresarse, la inexistente riqueza de vocabulario, la ignorancia histórica, la chabacana macharranería a flor de piel y la celebración de la idiotez me lastiman más de lo que podrían expresar las palabras.

A sabiendas de que sólo un selecto grupo de individuos me recuerda (y los pobres son llamados elitistas al nombrarme), no veo otra solución que no incluya la exclusión planificada de ciertos elementos del panorama político nacional de la piscina genética del país. Aunque tengo pleno conocimiento de que mi radical propuesta no es perfecta, me parece un acertado comienzo.

Por lo antes expuesto, apelo al amor patrio y a la conciencia social de los lectores de este foro para que apoyen mi proyecto de eugenesia política. Si bien las nuevas generaciones prometen tan poco como la presente, me parece que una buena limpieza genética le daría ánimos a ese minúsculo grupo de posibles prospectos con cerebro que, ante el actual dominio absoluto de la memez, optan por mantenerse en peligroso silencio y lastimera inacción.

Muchas gracias por su tiempo.

http://www.elnuevodia.com/columna-eugenesia-913326.html

sábado, 5 de marzo de 2011

El segundo que importa

Hay veces en las que nos toca decidir y actuar con tanta rapidez que ambos actos parecen la misma cosa. A veces, haciendo alarde de ese desequilibrio mental que me caracteriza, me siento delante de la computadora y busco ese video de menos de medio minuto en el que Karl Wallenda conoce a la muerte.
Por lo general apago la música y me concentro en las manos de Wallenda. Imagino el terror en sus ojos y me parece que cuando comienza a doblar las rodillas ya ha decidido no terminar de caminar por el cielo y esperar rescate agarrado al cable que se mece bajo sus pies. Luego veo ese segundo en que se lanza a agarrar el cable y sus manos fallan, su peso cae y los dedos rozan la salvación por menos de un segundo. Luego Wallenda simplemente cae. Lo peor de todo es que no grita. Abajo lo espera la muerte tonta de aquellos que fallecen haciendo cosas como caminar entre dos edificios sobre un cable en un día ventoso y sin mecanismo alguno de seguridad.
Ese segundo en que Wallenda se decide a agarrar el cable es el mismo que nos persigue a nosotros todos los días. Unos optan por apretar el gatillo, otros se saltan una luz roja, algunos se convencen de un trago más no hará la diferencia y muchos encuentran colmillos al final de una decisión tonta de todos los días. El punto es que el final está a la vuelta de la esquina, la fragilidad no acepta excusas y la muerte es muy hija de puta. Vivimos a un paso invisible de un precipicio infinito y es saludable recordarlo de vez en cuando.
"Todo tiene su final," cantaba Héctor Lavoe. "Todo lo que termina termina mal," dice Calamaro. "Y hubo tanto ruido que al final llegó el final," dice Sabina. Fukuyama ya acabó con todo y a Nietszche me lo dejo en el tintero.
Con tanto final acechando, conviene celebrar los principios. Sé que es inevitable la llegada de "el silencio más hermoso jamás oído," como decía el gran Bukowski, pero mientras no llega me gusta escuchar música. Me niego a comulgar con el silencio. Mientras me entre aire en los pulmones, haré un escándalo cabrón cada vez que aparezca uno de esos malnacidos, crueles, iracundos, inevitables y asesinos segundos y yo logre agarrar la cuerda a tiempo. Al final, la vida no es más que la celebración de esas microscópicas victorias efímeras.

jueves, 3 de marzo de 2011

Soy rico

Soy rico porque soy casi pobre. Soy rico porque puedo pagar todas mis cuentas y mi casa está llena de libros pero no me preocupa la bolsa. En mis bolsillos cargo la palabra paupérrimo. Pau en mi bolsillo izquierdo (porque comparte espacio con las llaves) y pérrimo en el eternamente vacío bolsillo derecho. Soy rico porque mi trabajo es mucho mejor que el tuyo. La noche del sábado la pasé trabajando: escuchando música de la buena y hablando con individuos que, por razones que es mejor no divulgar en espacios públicos, han tenido que cambiar sus nombres más de una vez.
Soy rico porque estoy parado a unos días de distancia de empezar un guiso nuevo que me va a pagar bien por hacer lo que me gusta.
Tengo millones de palabras a mi disposición y una guitarra apoyada contra la pared y cargada de paciencia y rebeldía. Soy rico porque mi disidencia no va atada a un cheque. Todo el humor del mundo es mío y me disfruto el periódico más que una mierda de película en 3-D. Soy inmensamente feliz porque tengo suficiente conocimiento como para saber que no necesito un iPad...y tu tampoco.
Soy rico porque aún no son las dos de la tarde y ya viajé de Nick Cave a Roberto Roena. Soy rico porque me pagan por opinar, vivo a unas ocho horas de New Orleans y en dos semanas tendré unas pequeñas vacaciones.
Soy rico porque esta semana convencí a una profesora y una dozena de estudiantes graduados de que un análisis contextualizado de la historia de la ciencia ficción demuestra que ese género sirve en cierta medida para predecir el futuro de los adelantos tecnológicos.
Soy rico porque, en términos generales, me importa un carajo. Soy multimillonario porque tengo más de un foro para decir lo que me da la gana. Soy rico porque hace casi un año una doctora me dijo, sumamente convencida de lo que decía, que mi espalda estaría lastimada de por vida y, en caso de empeorar, necesitaría operarme; tres meses después me estaba comiendo el gimnasio como si nada hubiese ocurrido.
En pocas palabras: soy rico porque tengo lo que tengo y lo que no tengo no me hace falta.