jueves, 22 de octubre de 2009

Mis dos centavos

El día después de los premios MTV, cosa que no vi porque aún me respeto un poco y gasto el poco tiempo libre que tengo en tonterías como leer libros, envié al periódico una columna sobre el tema. Yo creía que el haber realizado una tesis en la que Calle 13 era uno de los objetos de estudio me daba la autoridad para opinar sobre el tema. Aparentemente me equivoqué y nunca publicaron la columna. Como me parece que dice algunas verdades, aquí se las dejo:


No cabe la menor duda de que Luis Fortuño no pega una. Desde el discruso visual de gobernante roto que ha desarrollado la prensa con la selección de fotos que publica de él hasta las innumerables formas que toma el fuerte repudio a sus decisiones, está claro que el Gobernador no es la figura favorita del pueblo de Puerto Rico.
Dicho esto, me parece que las expresiones de René Pérez, mejor conocido como Residente, no son más que la última pieza en el discurso revolucionario light y facilón que el “cantante” lleva desarrollando desde que lanzó (cuasi)subrepticiamente aquel ataque verbal/musical en respuesta al asesinato de Filiberto Ojeda.
El grado de educación avazanda que René ostenta ha sido tema de conversación para muchos. La verborrea de sus canciones ha sido confundida con brillantez lirical y profundidad discursiva. Ahora también intenta hacer pasar camisetas por ideología y bravuconería y oprobios por protesta. ¿Y dónde quedan los despedidos?
El efímero momento de gloria y presencia mediática será seguido por una dolorosamente imperturbable realidad: el país, al igual que su máximo líder, parece no tener la capacidad de hacer las cosas bien.
Una esquina del triángulo es Fortuño desmoronando la economía y la moral con decisiones que carecen de sentido alguno, otra punta es el PPD intentado arrastrar una ideología trillada que pocas soluciones aporta y, desde que se autodenominó portavoz del pueblo, la última punta es René: un iracundo adinerado apelando al pueblo con el insulto directo, poca originalidad y ninguna solución.
René: no se hace patria con una camiseta, no se cambia el status quo insultando al causante y, por si acaso, hay mejores foros para denunciar la ineptitud del sistema que una vacía celebración televisada de los conformistas productos de la cultura pop.
Aún así… gracias por el insípido intento.

domingo, 11 de octubre de 2009

Mi Viejo San Juan

La noche caliente nos hacía sudar las ideas y todas las mujeres que pasaban le pertenecían a cualquiera que no fuera uno de nosotros. Cuando había dinero se bebía güisqui y cuando no había se bebía Medalla. El dominó no era un juego: era un mágico ritual de cuyo resultado dependía la suerte del universo. Todos eramos artistas, músicos, poetas y anarquistas.
Los fines de semana emepezaban el jueves. La hora de dejar de beber era la hora de desayunar. Alguno que otro se enamoró de una mesera de Denny´s o descojonó un carro en alguna esquina traicionera. Dormir era casi un pecado.
Los cafés de la placita eran los diminutos pozos de donde surgían las ideas. Las cunetas guardaban todos nuestros secretos. Los adoquines eran los mejores consejeros del planeta. Si llovía, no importaba. Si no llovía, el domingo tenía que empezar remojando el pellejo en Ocean.
Trobi siempre olvida dónde carajo había dejado el carro. Willie sólo bebía madra y se apostaba en alguna esquina con cara de cazador de presas pequeñas. Luis llegaba borracho y seguía bebiendo. Gambi sudaba y reinventaba el cine.
Sudor, abrazos y billares: no hacía falta más.
Hoy, una noche fría de octubre en la ciudad de Austin, daría lo poco que tengo por encontrarme a las 5 de la mañana, borracho, gritando improperios y sentado en la húmeda entrada de un casa en la calle San Sebastián mientras Trobi y yo intentamos lo imposible: recordar dónde carajo dejamos el carro.

jueves, 1 de octubre de 2009

Pedernales


El río Pedernales se extiende ante mi como una promesa líquida. La sensación de que me encuentro dentro de un cuadro me invade y me obliga a sentarme en una piedra y quedarme quieto: los cuadros no tienen movimiento. Enormes cipreses meten sus artríticas rodillas en el agua y las piedras gastadas suspiran su paciencia desde el otro lado del trasparente cristal.
Por enésima vez en mi vida siento un deseo irreductible de tener los cojones de Everett Ruess, mandar todo a la mierda y perderme para siempre entre los árboles. La canción de un pájaro invisible me distrae y decido no seguir las reglas: comienzo a caminar dentro del cuadro.
Más adelante vuelvo a sentarme para escuchar detenidamente la palabras raras que trae la corriente y observo un diminuto zapato de goma flotar río abajo como un barquito brillante. Sé que en algún punto río arriba un niño pone cara de perdido y una madre pregunta varias veces por el dichoso zapato mientras mira a su alrededor como esperando que suceda lo imposible: que el río le devuelva lo que se llevó.
Sé que estoy a poco más de una hora de casa, pero me siento como si estuviera en otro universo. Me doy cuenta de que mientras corra el agua y un pájaro se declare dueño absoluto del cielo en su propio idioma, tendré un lugar al que volver cuando las baterías se me gasten y las ganas de salir corriendo sean tan insistentes como la respiración.