viernes, 25 de abril de 2008

Sucedió en la Bankers Club

Soy un tipo de letras y, aunque soy un animal social, soy capaz de identificar puntos de encuentro con sicólogos, profesores variopintos, desempleados, filósofos, tecatos, músicos, doctores y ángeles caídos. Sin embargo, la gente de números se me atraganta con facilidad. Es por eso que iba predispuesto a pasarlo mal cuando fui a cubrir la Convención Anual de la Asociación de Estudiantes de Economía y Finanzas. Nuevamente, me cago en Murphy.
No hago más que entrar y el primer mamón con que se topan mis ojos lleva un traje oscuro y una corbata naranaja claro. Está abriendo los ojos como si le estuvierna metiendo tachuelas en el culo: "No, yo no me voy a quedar en Puerto Rico", le dice a su interlocutor (que gracias a Dios está de espaldas y no tengo que mirarle la cara, "yo me voy a Nueva York... a envejecer en dos años", termina de decir a la vez que escupe una risa más falsa que un billete de $3. Me pregunto si me va a invitar a su yate, la Shining Star, y me siento en la mesa que más lejos queda de ellos para evitar el contacto visual.
En cuanto me siento se me acercan un flaco con demasiado traje y un gordito repeinado hacia atrás con un grave problema de acné y un traje crema claro acentuado con una corbatita amarillo metálico que está como para ahorcarlo con ella. Se acercan a la ventana (soy tan imbécil que me fui a sentar cerca de la ventana) y el gordito, mirando con cara de asco hacia su izquierda, levanta una mano, señala con desdén y pontifica: "Ese arrabal deberían tumbarlo todo", y mira a su compañero en busca de aprobación. Ese arrabal, so pendejo, son las 8 comunidades que pueblan, con alrededor de 30,000 almas humanas, el caño Martín Peña. Tienes razón, debería tumbarlo y mandarlos a todos a vivir a tu casa. Empieza a palpitarme la sien, siento calor en los zapatos y trinco los dientes. Me convenzo de que sería una pésima idea liarme a hostias con el gordito con cara de pizza y cierro los ojos a la vez que respiro profundo y tarareo algo de Calamaro.
Cuando abro los ojos, el humanista de la ventana ya no está, pero el silencio dura poco. Un tipo con cara de caballo y víctima de calvicie prematura está diciendo: "viste, me han dicho que te enseña par de cosas chéveres, pero son cosas que puedes aprender leyendo por tí mismo".
Siento un poquito de vómito en la garganta y trago con fuerza. Viste, por la forma en que te expresas, es obvio que eres un lector empedernido. Sólo un ejemplo más de las "par de cosas" bien "chéveres" que salen de la boca del futuro del país, además de prueba irrefutable de que a los estudiantes de finanzas hay que comenzar a imaginarlos como los letrados intelectuales del futuro y los amantes de la lectura de hoy.
Finalmente alguien se acerca demasiado a un micrófono y empieza a leer la bienvenida. El hombre tiene la pronunciación, velocidad de lectura, fluidez y el ritmo de un niño de siete años con problemas de aprendizaje. Lo bloqueo y leo el programa de la actividad: charlas de los cuatro candidatos a la gobernación (son cuatro, aunque nadie lo diga nunca). Maldita sea mi suerte, Murphy, el Bankers Club, la madre de los tomates, la política que me espera y el cañón que, por designios del destino, no traigo en el pantalón.

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