lunes, 23 de julio de 2007

Sometimes life is good

Afuera un rayo parte la noche y sorbo mi cerveza parsimoniosamente, como quien no quiere la cosa. La lluvia cae al pavimento como una venganza y yo escribo en calzoncillos. Es por comodidad más que por un statement. Hay una novela a medio leer en la mesita de noche que me está llamando. El televisor se aburre de estar apagado. Escucho la ducha en el cuarto de baño de este hotel lleno de fantasmas y apuesto mis últimos dólares a que es un ángel duchándose. Tengo un monday blues que te cagas y estoy harto de conducir. Escribo un poema pésimo sobre aceptar que no soy Bukowski y lo guardo para borrarlo después, u olvidarme de hacerlo y reirme cuando lo vuelva a encontrar. Pienso que también llueve en esa playa que hay frente al hotel y me río. Fort Lauderdale no es Nueva York, pero vale la pena visitarla. Estoy en una ciudad llena de ex-hippies, negocios de comida rápida y latinos exiliados: las vacaciones perfectas para escribir. La puerta del baño se abre y sale el ángel: gané la apuesta. De repente me siento como un ganador y la tormenta de afuera no me molesta tanto. La cerveza empieza a calentarse y acepto que necesito darme un baño. Probablemente la vida siga después de la lluvia y la calle esté en el mismo sitio. Así es la vida, por lo menos cuando es buena.

sábado, 21 de julio de 2007

Imhotep v. Hipócrates


Resulta que de vez en cuando me pongo justiciero. A fin de cuentas hay que darle al César lo del César, ¿no? Imhotep fue un sabio médico, astrólogo y arquitecto que vivió, aproximadamente, entre el 2,690 y el 2,610 A.D. Es el responsable del primer tratado de medicina que conocemos (conocido como el papiro Edwin Smith). En dicho escrito, Imhotep recomienda la utilización de opiaceos como anestésicos, explica cómo suturar heridas abiertas, describe observaciones anatómicas y discute el diagnóstico y el tratamiento para muchas heridas y enfermedades comunes. Además, es el responsable de la construcción de la pirámide escalonada de Saqqara, donde enterraron al faraón Zoser. A saber, en todo el escrito de Imhotep sólo se encuentra una alusión a un tratamiento mágico.

Por otro lado, casi 2, 200 años más tarde, Hipócrates se inventa los cuatro humores: flema, bilis amarilla, bilis negra y sangre. Además, se sacó de la manga el juramento hipocrático y dijo que lo mejor para tratar un paciente es observarlo primero. Coño, que brillante. Imhotep descubrió cosas como que la miel es antibacterial y ayuda a que curen las heridas. Hipócrates descubrió que si hay sangre o la bilis está negra, la cosa está jodida. Increíble.

El punto es que los doctores, usualmente, no son seres cargados de ese emperamento serio, calmado y honesto que se supone que les impone el susodicho juramento hipocráticoy que me parece que llamar a Hipócrates el padre de la medicina moderna es un insulto para el verdadero padre de la medicina: Imhotep.

jueves, 12 de julio de 2007

Las profecías de Isaac


Anoche, a eso de las 12:30 a.m., me debatía como de constumbre entre la consciencia y la etapa previa al sueño. Por casualidades del destino fui a parar con el dedo y los ojos a Televisión Española Internacional. Estaban haciendo un reportaje especial sobre la nueva versión de la Honda de su simpático robot Asimo. Ahí, en pantalla, estaba el cabrón de Asimo caminando, trotando y sirviendo el café. La Honda decía que ya vislumbran el día en que Asimo pueda pensar por sí mismo. No hay que decir que soy un apocalíptico de primer orden y que esas palabras me provocaron una pequeña revolución interior. Las palabras de la Honda me traían visiones de monstruos asesinos con inteligencia artificial. Nada de niñitos maricones como en la aburridísima visión de Spielberg. Veía muerte, apocalipsis, destrucción total, el fin de la humanidad. Quise hablar con Fukuyama, quise matar mi televisor y desconectar mi Internet. Me di cuenta de que las visiones de Ray Bradbury y, sobre todo, las de Isaac Asimov eran más ciertas que nunca. Y entonces tomé una decisión: cuando llegué la destrucción y la revolución de las máquinas yo me engancharé los libros de Asimov (Asimo se llama el robot, ¿coincidencia?) debajo del brazo y lideraré la revolución de los apocalípticos. A fin de cuentas, llevo tiempo adviertiéndoselo...