miércoles, 23 de diciembre de 2009

Otra vez es navidad


Como quien no quiere la cosa llegó otra vez la Navidad. Con esta época tan especial llegan las cosas que siempre me encanta ver: alienígenas venados brillantes moviéndose de forma mecánica y repetitiva, muñecos de aire en forma de Santa en motora, en bicicleta, jugando al baloncesto o cualquier otra ridiculez, un sinnúmero de animales vestidos de Santa o de reno (¿espantosa mutación genética o travestis de zoológico?) y, lo mejor de todo, gente rabiosa por comprar atosigándose los unos a los otros en centros comerciales en los que el estacionamiento se convierte en moneda de cambio y los humores escalan hasta que, si mis deseos se cumplen, la gente comienza a matarse los unos a los otros.
En esta bella época también podemos apreciar gente que aún debe hasta los zapatos gastando cientos de dólares que no tienen en ponerle más luces a su casa de las que hay en Manhattan. Esta navidad no me cogen de pendejo: ya sé que la tradición de las luces no es más que un racket de la Autoridad de Energía Eléctrica para sacarle el poco jugo que le queda al país. Además, el país entero, en una movida nacional que asemeja una de aquellas victorias de Tito Trinidad, se lanza a la búsqueda de ropa de diseñador para vestir a los gordos de casa, libros de autoayuda para los analfabestias funcionales que conocen, consolas de videojuegos de último modelo para los tontos hijos que apenas saben leer y una plétora de televisores de plasma, cámaras digitales, celulares con Internet y GPS, iPods y demás juguetitos electrónicos que, sim importar su exhorbitante costo, ni se necesitan ni se utilizarán a capacidad por las pezuñas en las que caerán.
¿Y dónde carajo está la crisis esa de la que tanto hablan? Supongo que esa es una cosa de los países tercermundistas y no de una primerísima potencia como Puerto Rico, en donde todo el mundo y su puto perro tiene un trabajo bien remunerado con plan médico y vacaciones pagadas.
Por mi que se carguen a tiros las puertas de los Wal-Mart, asalten todos los Game Stop, saturen las compañías de celulares, hagan filas de tres horas para pagar la última mierda de Pablo Conejo, Silverio Pérez o alguna soberana estupidez de vampiros prepubescentes en Borders, mátense a golpes por un estacionamiento en Plaza, tapen sus arterias con morcilla, pasteles y lechón, beban coquito y ron hasta perder el conocimiento y disparen al aire en celebración de un año que no ha tenido suficientes muertos. Feliz Navidad.

P.D. ¿Alguién sabe dónde esta Tavín Pumarejo?

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