miércoles, 27 de febrero de 2008

Breve ensayo sobre la mentira

No me importa si el lector desea atribuirle la culpa a la evolución o a cualquiera de las deidades que pueden representar el ser supremo de su preferencia. El punto es que no soy el tipo más guapo del mundo. Tampoco soy el más alto o el más rico. Pero nunca me quejo por una sola razón: sé mentir.
Claro está, “yo también sé mentir”, dirán todos; pero no como yo. Yo soy capaz de mentir de forma tal que me lo creo. La mentira cargada de premeditación y alevosía se me da muy bien, al igual que la mentira absolutamente improvisada. Y es que hay que saber mentir como los boleros, como la buena poesía y como las películas. No sólo hay que ser convincente, también hace falta tener un vacío insondable en el lugar específico e intangible que se supone que ocupa la apestosa culpabilidad. Es decir, he aprendido a mentir sin remordimiento alguno, y eso simplifica la existencia y crea un terreno fértil para el desarrollo de técnicas de engaño avanzadas.
Igualmente, mis mentiras padecen de un daltonismo acojonante: no hay mentiras blancas o negras, azules, purpúreas o amarillas. Mis mentiras son mentiras sin color o sabor, aunque acepto que a veces saben a victoria, a redención y a misión cumplida.
El hecho de que reconozco mi propia capacidad para mentir sin paliativos y con toda rotundidad me ha hecho comenzar a publicar bajo el epíteto de escritor (con todas las cortinas de humo que eso conlleva). Pero, como de ser escritor no vive nadie (y el que lo haga, o escribe mal o miente), también me he ocupado de asegurarme de ser un ducho y habitual practicante de diversas formas y sinónimos de lo que considero, junto al cinismo, uno de los deportes extremos más excitantes y difíciles de dominar del mundo. Siendo estoy bastante cierto, aviso que domino totalmente el arte de la mácula, el farol, la trampa, el embuste, la patraña, el engaño, el chanchullo, la calumnia, el paquete, la trola, el cuento, la falsía, el embrollo y la soberana calumnia.
Teniendo en consideración que mis artes trapisondistas y liosas podrían haberme servido para dedicarme a la política, me parece sumamente loable que decida, en lugar de engañar para ganar elecciones y robar dinero, mentir para entretener y contar cuentos. Muchas gracias por los merecidos aplausos mentales.

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