lunes, 9 de septiembre de 2013

Buscapié: Ay, Chuchin

Perdonen la tardanza. Aquí les dejo la columna de ayer. 
 
8 de septiembre de 2013

Ay, Chuchin

Gabino Iglesias
Ay, Chuchin. Durante mucho tiempo fuiste un macharrán quintaesencial de traje y corbata, un típico político de corta moral, nulo intelecto e inexplicable éxito. Te reías en programas de radio y tu sonrisa pícara aparecía en los periódicos. En aquel entonces insistías en que del Capitolio te sacaban sólo si era en ataúd y hacías alarde del misterioso vehículo que conducías, aunque tu sueldo no daba para pagarlo.

Te llamaban jocoso, simpático, pintoresco. Tristemente, tu discurso se pudrió. Poco después de hacerte famosillo dejabas caer la cresta y salías corriendo de la oficina como quien escapa de la lluvia fría porque te pisaba los talones la Comisión de Ética.

Lo del carro te lo dejaron pasar con ficha y nadie se sorprendió cuando salió a la luz pública que, como muchos otros amantes de la palma, no hablabas inglés. Sin embargo, eso de salir corriendo con el rabo entre las patas te quedó feo. En un país donde la virilidad es tan importante, hay que ser más De Castro Font y menos Usain Bolt. Ahora, en lugar de revivir la actitud de chulo que tan popular te hizo con el pueblo, terminas de emborronar tu risible legado tratando de escabullirte del juicio que te espera con una carta de un siquiatra. Qué triste.

Por favor, Chuchin, échale una buena dosis de fortaleza testicular al asunto y aparécete sonriendo en corte, siéntate cómodo en donde te dé la gana y ráscate la entrepierna como lo hacías en el Capitolio. No se puede ser machote y cobarde, figura pública y tímido, tramposo, pero no apto para enfrentar un proceso criminal.

Chuchin, sabemos que no entiendes de falsificaciones ideológicas y que te importa más un Bentley que la desfiguración de la verdad, pero por lo menos dinos que el que se rascaba, festejaba y reía eras tú.

Que nos haga trampa un verdadero y vigoroso político sonriente es casi aceptable, pero que nos la haga un mentiroso cobarde y alicaído, es imperdonable.
El autor es estudiante doctoral.

Pueden ver el original aquí

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