miércoles, 26 de enero de 2011

Baudrillard, el profeta del futuro

“In its current sense, the virtual stands opposed to the real, but its sudden emergence, through the new technologies, gives us the sense that it now marks the vanishing or end of the real.” - Jean Baudrillard

Después de cuatro años de perseguir un entendimiento profundo de la obra de Baudrillard sólo he podido llegar a una conclusión: en el futuro, humanoides biomecánicos cerrarán los ojos para comunicarse con amigos en cualquier rincón de un reducido mundo y hablarán de Baudrillard como un profeta.
Si bien mi trabajo teórico en el campo de la hiperrealidad ha sido ignorado simple y sencillamente porque no lo entienden los que me rodean, también es cierto que las cabezas se mueven en silenciosa afirmación y las cejas se levantan declarando una sorpresiva realización cada vez que pontifico sobre la desaparición de la interfaz.
No hay más que leer a William Gibson, Isaac Asimov o Ray Bradbury para saber que las ideas más locas del pasado para nosotros no son hoy más que la tecnología obsoleta del ayer. ¿Qué es un corazón mecánico sino el comienzo de seres biomecánicos? Lo mismo aplica a tímpanos artificiales, prótesis robóticas y demás adelantos tecnológicos que sólo vemos como adelantos médicos. ¿Cuán omnipresente es ese ciberespacio que imaginó Gibson?
Propongo aceptar la futura e inevitable desaparición de todas las interfaces y enfrentar las implicaciones de un mundo nuevo desde ahora, sencillamente porque ya está aquí. Retomemos a Baudrillard, saquemos los ojos de la pantalla del teléfono o de la computadora e imaginemos un día sin tecnología. Aceptemos la vertiginosa velocidad de los avances, la omnipresencia del Internet en el lado suertudo de la brecha digital y miremos con ojo crítico la desaparición de la interfaz.
La desaparición de la capacidad de autoanalizarnos es la desaparición de lo que nos hace humanos. Si sueno eternamente apocalíptico es porque estudio la sintomatología del virus llamado tecnología a diario. Si la filosofía mató a Dios, la conversión del ser pensante en mero procesador de información audiovisual implica la muerte de la filosofía. Desenmarañar el futuro aún es cosa de humanos.

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