martes, 26 de agosto de 2008

Odisea nocturna

Después de una tarde entre cervezas y margaritas me subo a un autobús y llego a casa. Me cambio y salgo a subirme en otro autobús que me lleva al gimnasio. Cuando salgo de allí son las 8 y algo. Entonces veo un autobús que dice 5 en un costado. Corro y me subo. El conductor me dice que le gusta mi camisa y arranca el vehículo de transportación pública. Le pregunto por algo que escuché sobre una huelga de conductores que paralizaría la ciudad. Me cuenta que el año pasado hicieron una y no duró ni 24 horas: sin autobuses no hay ciudad.
A las críticas hacia la unión y las razones por las que no piensa participar se fueron sumando temas como su teoría sobre el avión que los militares derribaron el 11 de septiembre y después mintieron diciendo que fueron los heroicos pasajeros, lo que realmente pasó en el caso de OJ Simpson (inocente, según él), sus experiencias como conductor de autobuses por más de 8 años en la ciudad de Austin, la pena de muerte y lo que se debe sentir saber cuándo vas a morir, entre otros muchos etcéteras.
Dos minutos después de subirme en el autobús le pregunto dónde carajo estamos y me informa que estoy en el autobús 26, en dirección contraria a donde quiero ir. En algún momento se presenta; se llama Jimmy. Casi dos horas después, a eso de las 10:45 de la noche y después de hacer la ruta completa, me despido de Jimmy con un abrazo efusivo y me bajo donde mismo me subí a esperar el maldito autobús 5. El 26 cierra sus puertas, adelanta unas seis pulgadas, se detiene, se abre la puerta y se baja Jimmy para dejarme su número de teléfono; quiere que almorcemos un día de estos. De más está decir que estas mierdas sólo me pasan a mi.
Me siento a esperar y un asiático se me acerca y me pregunta con si inglés roto sobre un autobús. Dentro de mi ignorancia lo asisto lo mejor que puedo. Media hora después desaparece en la noche sin nombre a pie, arrastrando sus bultos y con una tristeza indescriptible en el semblante. Yo hago un intento fallido de llamar a la compañía de autobuses porque son las 11: 25 y el 5 no llega. Un rato después emprendo las dos millas largas que me separan de mi casa y, cagándome en el malnacido de Murphy, veo cómo, cuando ya estoy calle y media más abajo, llega el 5 y no para porque no ve a nadie en la parada ni a mi corriendo detrás de él como si mi vida dependiera de ello.
A mitad de camino descubro una parada que no había visto antes y en ella espera un hindú sentado. Utilizando mis increíbles dotes deductivos llego a la conclusión inmediata de que si ese pobre infeliz está esperando el autobús a esa hora es porque alguno viene. Le pregunto si alguno pasa cerca de la calle 45 y empieza a hacer señas como un loco. No se lo crean si nos le da la gana pero de todos los hindús de esta ciudad yo me encuentro en la parada con el único sordomudo. Aquí la cosa empieza a encojonarme: llevo sin comer desde las cuatro de la tarde, he caminado demasiado, tengo ganas de darme un baño y de quitarme los zapatos y una gringa de mierda me gritó “nasty pants” mientras caminaba por Guadalupe en dirección a casa (no me dio tiempo de contestarle “nasty culture, bitch”).
Veinte minutos después llega un autobús repleto de gente (el último de la noche) y el conductor me indica que pasa por la esquina donde empieza la 45. Peor es nada. Me subo y quedo en medio de una gringa loca con cara de asesina en serie que le cuenta su vida a un gringo flaco con cara de asustado. Resulta que está intentado escapar de su marido que le hincha la cara regularmente, sale con putas, tiene una chilla embarazada y, como nada de eso es suficiente, es el ex amante de la segunda esposa de su padre. Si le sumamos un tipo guapo con mala dicción y unas cuantas mujeres cuasiguapas con demasiadas clases de pronunciación y mucha sobreactuación tenemos una novela que es un palo.
En cada parada el autobús gruñe y tiembla. El hambre comienza a hacer estragos en mi percepción de la realidad y el relato comienza a teñirse de tonos surrealistas. Ya no pienso en llagar a casa; me conformaría con regresar a mi dimensión. Me bajo en donde nace la 45 y camino hasta casa. Subo las escaleras en un estado alterado de conciencia por el hambre y el sudor. Meto la llave en la puerta y no puedo creer que todo acabó. El reloj marca la 1:14 a.m. y yo me cago en Murphy y en los autobuses.
Hoy me quedan sólo tres preguntas como cicatrices: ¿Qué le habrá pasado al asiático perdido? ¿Sería verdad lo que contaba la loquita o estaría intentado llevarse enredado al asustado jovencito? ¿Jimmy estará loco, se sentirá solo o será maricón?

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