Aquí les dejo el buscapié de hoy. Espero que logren enfocar su odio.
12 de agosto de 2012
Odio
Gabino Iglesias
Odio. Animadversión. Tirria. Repulsión. Por mucho que intenten
convencernos con mongos discursos religiosos, sentir antipatía y
aversión hacia algo o alguien es un cáncer psicosocial que tragamos con
la leche materna y crece a medida que nos embadurnamos de conductas
aprendidas, prejuicios cuasigenéticos y actitudes que aseguren un
confortable y aceptable estatus de homogeneidad.
Bien, si nuestro cerebro está empachado de odio a nivel celular, ¿para qué demonios perder el tiempo en intentar deshacernos del mismo?
Como el odio es un sentimiento poderoso, propongo aceptarlo, cultivarlo hasta que alcance su máxima expresión, y luego enfocarlo como un láser en la dirección correcta.
¿En qué te afecta si alguien es alto, feo, negro, ateo, homosexual o timbalero? En nada (a menos que el timbalero sea tu vecino y ensaye a las 3:00 a.m.). El país da asco por culpa de los criminales y sus sinónimos: los políticos, los religiosos intransigentes, los buscones. Ódialos a ellos. La animadversión, por lo general, acarrea desearle mal a alguien. Deja de desear y odia hasta que sientas la necesidad imperiosa de levantarte del sofá y dejarle claro a tu vecino que pegarle a su esposa no está bien. Detesta la memez hasta que no puedas quedarte en silencio nunca más al presenciar una injusticia. Abomina a la panda de indeseables que pulula a diario por el Capitolio hasta que tu participación política trascienda las redes sociales. Odia con semejante fuerza que tu heterosexualidad te permita ir con tu mejor amigo o amiga a darse un buen beso en la actividad o negocio homofóbico de turno.
Además de la ojeriza, desde bebés nos van infectando con VFT (valores familiares tradicionales). ¿Saben con qué se quita eso? Con una buena dosis de tirria inteligente que te permita atacar discursitos sin cimientos con la bola de derribo de la educación y el sentido común. Si odiar es malo, peor es poner ese sentimiento donde no debe ir.
Aborrece el estatus quo hasta que el sentimiento te compela a actuar y verás qué alegría sientes.
El autor es estudiante doctoral.Bien, si nuestro cerebro está empachado de odio a nivel celular, ¿para qué demonios perder el tiempo en intentar deshacernos del mismo?
Como el odio es un sentimiento poderoso, propongo aceptarlo, cultivarlo hasta que alcance su máxima expresión, y luego enfocarlo como un láser en la dirección correcta.
¿En qué te afecta si alguien es alto, feo, negro, ateo, homosexual o timbalero? En nada (a menos que el timbalero sea tu vecino y ensaye a las 3:00 a.m.). El país da asco por culpa de los criminales y sus sinónimos: los políticos, los religiosos intransigentes, los buscones. Ódialos a ellos. La animadversión, por lo general, acarrea desearle mal a alguien. Deja de desear y odia hasta que sientas la necesidad imperiosa de levantarte del sofá y dejarle claro a tu vecino que pegarle a su esposa no está bien. Detesta la memez hasta que no puedas quedarte en silencio nunca más al presenciar una injusticia. Abomina a la panda de indeseables que pulula a diario por el Capitolio hasta que tu participación política trascienda las redes sociales. Odia con semejante fuerza que tu heterosexualidad te permita ir con tu mejor amigo o amiga a darse un buen beso en la actividad o negocio homofóbico de turno.
Además de la ojeriza, desde bebés nos van infectando con VFT (valores familiares tradicionales). ¿Saben con qué se quita eso? Con una buena dosis de tirria inteligente que te permita atacar discursitos sin cimientos con la bola de derribo de la educación y el sentido común. Si odiar es malo, peor es poner ese sentimiento donde no debe ir.
Aborrece el estatus quo hasta que el sentimiento te compela a actuar y verás qué alegría sientes.
Pueden ver el original aquí.