martes, 26 de junio de 2007
Autoayuda my ass
Veo las listas de los libros más vendidos y siempre están presentes los de autoayuda. Me parece ridículo. El positivismo comercializado me da asco. En la vida hay veces en que se jode la pandereta y lo único que nos queda es aguantar y seguir tirando. Autoayuda es ayudarse a uno mismo. ¿Y quién coño se supone que nos ayude? El punto es que el ser humano se niega a aceptar que de vez en cuando la cosa se pone mal, se fastidia el asunto, se jode el quiosco. Finito. Kaput. Fin de la historia. Game over. Please insert coin. Fuck you very much. Todos pasamos por momentos malos y por momentos buenos. Aún no he visto un libro que se titule: "Cómo pasarlo bien en la playa con tus amigos, tu novia y una neverita llena de cerveza". Ese libro no existe porque la gente de este bendito mundo no quiere leer cuando lo está pasando bien, no necesita consejos para los momentos en los que la sonrisa viene sola. Ah, pero cuando se pone fea la cosa todos corren a la librería más cercana a buscar algún librito pendejo donde un guru light les dice cómo deben centrarse, perdonar, buscar el ángulo bueno de todas las situaciones y otro montón de estupideces inservibles. Poco importa. Lo que yo diga caerá en oídos sordos y la próxima lista de los libros más vendidos vendrá plagada de libritos en los que un infeliz le dice a otro lo mismo que le pueden decir sus amigos (o el sentido común) por un módico precio. Yo seguiré trabajando con mis lamentos solo y leyendo literatura de verdad. Hasta ahora, siempre ha funcionado.
lunes, 18 de junio de 2007
Noche de pub
Es viernes y llego a la entrada del pub después de pagarle tres pesos a un tecato por estacionarme en un sitio privado y un tipo me mira mal. Todo lo que comienza mal, termina peor. Me pregunto qué carajo hago allí y no me contesto: son cosas del amor. Llego a la entrada del local y doy un paso al frente y el orangután encargado de la puerta me pide un ID. Después de asegurarse de que yo soy yo (a veces yo mismo dudo) procede a sobarme las piernas y tocarme los huevos. Finalmente está seguro de que no soy un asesino cargando un hacha y me deja pasar a la próxima fase. La imbécil de turno me pide cinco dólares por entrar con una cara de lechuga del carajo y tengo que salir a la ATH para sacar el dinero. A la vuelta el mandril de la entrada vuelve a repetir el porcedimiento de sobo genital y me deja pasar a ver a la neurocirujana de la mesita otra vez. Le doy un billete de veinte y juro que pareció hacer cálculos para darme la vuelta. Casi le ofrezco la calculadora del celular pero me abstuve, Ady me esperaba dentro. La tipa me devolvió los quince dólares y me marcó como al ganado antes de dejarme entrar. Una vez dentro del local me empujo con un par de morones en movimiento y llego a mi destino. Entre gritos me presentan a la gente y me escapo inmediatamente al refugio de siempre: la barra. Pido un Long Island Iced Tea para Ady y una cerveza nacional para mi y saco un billete de cinco. El bartender me mira todo serio y me escupe a la cara: "Ocho seteintaycinco". Puñeta. Saco el billete de diez y espero mi cambio. Regreso al lugar de partida haciendo malabares y repartiendo chinos entre la gente para no virar el trago y me tranquilizo aferrado a mi cerveza.
A mi alrededor se mueven cuerpos embutidos en camisas de marca y faldas apretadas mientras corean canciones vacías que no dicen nada con una pasión del carajo. Miro con calma y veo todos los estereotipos. Los tímidos en las esquinas, los tiburones al acecho, las flejes (en todas sus vertientes: petardos, cochofles, pistolas, putiflejes, etc), los lindines (también en todas sus múltiples manifestaciones: putisexies, gorditos con torta, papichulos, patos de closet, etc.), las parejas conformistas, los alcohólicos, las bailarinas feas en busca de principes azules, los viejos que intentan recuperar su juventud perdida y un sinnúmero de etcéteras que comienzan a marearme.
Por mi parte, me siento viejo. Viejo y cansado. No entiendo el ambiente, se me acabó la cerveza y nadie dice nada. Empiezo a buscar problemas con los ojos. Estoy ácido. De repente me doy cuenta de que necesito salir de allí. Ya en la calle me siento más viejo y más cansado. Hay algo que me duele por ponerme viejo. Nunca fui como los demás, pero ahora empieza a ser ridícula la diferencia. Hay algo que nos impide hacer cosas que antes hacíamos como si nada. Me duele mi odio por los conglomerados, los clubes, las asociaciones, las discotecas y los pubs de moda. Cada vez soy más barrita oscura, más galán de lechonera, más boleros viejos y menos tecno. Cada vez soy más yo y eso me impide juntarme con los demás en esos engalanados antros de moda donde el fichuleo y la comemierdería me impiden respirar. Probablemente soy una bestia antisocial. ¿Y?
A mi alrededor se mueven cuerpos embutidos en camisas de marca y faldas apretadas mientras corean canciones vacías que no dicen nada con una pasión del carajo. Miro con calma y veo todos los estereotipos. Los tímidos en las esquinas, los tiburones al acecho, las flejes (en todas sus vertientes: petardos, cochofles, pistolas, putiflejes, etc), los lindines (también en todas sus múltiples manifestaciones: putisexies, gorditos con torta, papichulos, patos de closet, etc.), las parejas conformistas, los alcohólicos, las bailarinas feas en busca de principes azules, los viejos que intentan recuperar su juventud perdida y un sinnúmero de etcéteras que comienzan a marearme.
Por mi parte, me siento viejo. Viejo y cansado. No entiendo el ambiente, se me acabó la cerveza y nadie dice nada. Empiezo a buscar problemas con los ojos. Estoy ácido. De repente me doy cuenta de que necesito salir de allí. Ya en la calle me siento más viejo y más cansado. Hay algo que me duele por ponerme viejo. Nunca fui como los demás, pero ahora empieza a ser ridícula la diferencia. Hay algo que nos impide hacer cosas que antes hacíamos como si nada. Me duele mi odio por los conglomerados, los clubes, las asociaciones, las discotecas y los pubs de moda. Cada vez soy más barrita oscura, más galán de lechonera, más boleros viejos y menos tecno. Cada vez soy más yo y eso me impide juntarme con los demás en esos engalanados antros de moda donde el fichuleo y la comemierdería me impiden respirar. Probablemente soy una bestia antisocial. ¿Y?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)