Hay estaba yo, sumamente joven e impresionable. La literatura ya llevaba unos años haciéndome guiños y yo por fin estaba volcando toda mi energía y atención en lo que leía. De pronto, como un rayo que sale de la nada y devasta un árbol centenario, llego a mis manos "El Túnel" del gran Ernesto Sábato. A esa gran obra le siguieron otras como "Sobre héroes y tumbas" y "Heterodoxia." Sin embargo, mi primer encuentro con Sábato me marcó para siempre.
Más de una década y media después de haber leído "El Túnel" por primera vez leo en el periódico que Sábato a muerto. Lo primero que pensé es que no tengo amigo cercano que no me haya escuchado recitar las primeras líneas de "El Túnel":
"Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona."
Lo segundo que pensé fue en la cantidad industrial de veces en las que he usado las palabras de Juan Pablo para articular mi desagrado por las muchedumbres y grupos:
"Diré antes que nada, que detesto los grupos, las sectas, las cofradías, los gremios y en general esos conjuntos de bichos que se reúnen por razones de profesión, de gusto o de manía semejante. Esos conglomerados tienen una cantidad de atributos grotescos, la repetición del tipo, la jerga, la vanidad de creerse superiores al resto."
En una semana mi amigo Jacob y el maestro Ernesto Sábato se han encargado con su partida de hacer de este mundo uno un poco más mugroso, más mierdero. Con Fleet Foxes en la radio y un libro de Tony O'Neill como heroína literaria espero la llegada del lunes, festejo el incipiente final de una semana poco dadivosa y me despido de Sábato con las mismas palabras que utilicé para despedirme de Saramago: gracias por letras y hasta siempre, maestro.
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