Los políticos puertorriqueños no se caracterizan precisamente por su capacidad intelectual. De hecho, confío en que pronto algún estudio revele que un serio déficit neuronal es uno de los requisitos sine qua non para entrar en la política boricua. Sin embargo, la idiotez rampante no es mi problema el día de hoy. Mi problema es la propaganda política barata basada en craso desconociento y hecha en el último vestigio de libertad de prensa que queda en el periódico; la sección de opinión. Héctor Ferrer, actual fantasmón mayor del alicaído PPD, se dedicó a meter las patas en un anuncio ridículo que, por razones que no quiero comenzar a imaginar, le publicaron. Mi contestación la sometí como otras de mis columnas, pero la publicaron un par de días después como la carta de la semana. Aquí se las dejo.
Antonio Tejero, no "español de fusil"
El día 23 de febrero se publicó en este espacio un escrito del señor Héctor Ferrer, actual presidente del PPD. En dicho mensaje, que leía como un folleto de publicidad mal escrito, Ferrer hacía referencia a un “español de fusil” que para el representaba “la intransigencia y la oposición”.
Lejos de criticar el uso de este espacio para ese tipo de propaganda política ahorrativa, me gustaría señalar varios hechos:
1-El caballero a quien hace referencia Ferrer se llama Antonio Tejero y no “español de fusil”
2- Era teniente coronel de la Guardia Civil y no “soldado”, como alega Ferrer.
3- Tejero no entró “solo” al “parlamento” sino que la fallida intentona golpista se llevó a cabo en el Congreso de los Diputados con la ayuda de numerosos mandos militares.
4- Tejero, como puede apreciarse en las fotos del evento, llevaba una pistola en la mano mientras se dirigía al Congreso, no un fusil.
5- El evento es un hecho histórico documentado, por lo que cualquier comentario como “Aunque heroica la historia, verdadera o irreal…” delata un desconocimiento absoluto sobre el tema que el mismo Ferrer decidió usar para lanzar su anuncio.
Aclarados los hechos, opino. La derrota sin precedentes que sufrió el PPD no se debió al magnífico gobierno que llevaron en los años que precedieron a las elecciones. El voto de castigo denunció el sentimiento de los puertorriqueños.
Sinceramente le deseo suerte al Señor Ferrer en su misión de reconstruir el PPD, pero desde mi anarquía respetuosa le sugiero que la próxima vez que decida dirigirse al pueblo de Puerto Rico (frase predilecta de los políticos del país) para hablar de cómo ha “sabido usar el diálogo, la prudencia y la sensatez para convencer”, prudentemente se informe, sensatamente investigue y dialogue con conocimiento.
Ya lo dijo Albizu: “Donde la tiranía es ley, la revolución es orden”
viernes, 27 de febrero de 2009
domingo, 22 de febrero de 2009
Antisocial
El desarrollo intelectual siempre viene acompañado de un distanciamiento pronunciado con la monótona realidad que nos rodea. Mientras más sabemos, más esperamos que sepan los demás. Desde que habito un reducido espacio y no tengo vehículo propio, mi vida se ha convertido en una dicotomía existencial de primer orden: libros y música y luego todo lo demás. Nada de esto me molesta; el viaje es algo que aprovecho y disfruto. El problema radica cuando el hermitaño físico e intelectual hace el intento inútil de volver a integrarse al mundo real de manera efectiva.
Anoche sucedió que acepté salir a tomarme un par de cervezas con un gringo, una koreana y una china. A ese grupo se sumaron dos amigos del gringo. El triunvirato de nombres ya dice mucho sobre lo que luego diré: Marcus, Michael y Tim. Nombres como de escritor malo con poca imaginación.
Juro que hice un intento real por sentirme en una barra con mis amigos. Conversé con ellos de cerveza, política y perros. De nada sirvió. Las asiáticas demostraron esa tendencia de su etnia al silencio respetuoso y los tres gringos se encargaron de quitarme las ganas de repetir el experimento.
Intenté sentir que eran tipos simpáticos y fracasé. Ellos trataron de ser simpáticos y fracasaron. Los tres eran demasiado blancos, demasiado americanos, demasiado predecibles, demasiado cristianos, demasiado republicanos, demasiado conservadores, demasiado aburridos, demasiado sosos, demasido simples, demasiado blandos, demasiado... poco. Entiendo perfectamente que algún lector tenga la idea pasajera de que mis comentarios están teñidos de racismo. Perfecto. No voy a defenderme en lo absoluto. El tríptico de niñatos tenía esas rosadas mejillas y diminutas manos delicadas que delatan el hecho de no haber dado un tajo en su vida. Sus escuetos comentarios sobre música y gastronomía probaron todos los clichés de la música pop y MacDonalds. Sus declaraciones conservadoras los identificaron como los niños que jamás renegarían de las ideas políticas conservadoras de Papá y Mamá. Sus breves palabras sobre otras etnias y las estúpidas preguntas con las que acosaron a las asiáticas demostraron su total ignorancia absoluta de todo aquello que no sea blanco, hable inglés, beba Budweiser y habite en alguno de los estados de la nación americana.
Por favor, no me malinterpreten, no me opongo a la existencia de esos miembros de la petit-bourgeois gringa, carne de fraternidad y football, domingos de misa y BBQ y deseos de muerte a los marrones, amarillos, negros, homosexuales, comunistas, anarquistas, demócratas y defensores del aborto. Que vivan felices y contentos en otro lugar; yo me niego a beber con ellos y prefiero la compañia del fantasma valiente de Everett Ruess, mis libros, mi silencio, mi jazz.
Anoche me di cuenta de que cada vez soy más un antisocial sin remedio.
P.D. Con esta entrada el blog cumple su primer centenario.
Anoche sucedió que acepté salir a tomarme un par de cervezas con un gringo, una koreana y una china. A ese grupo se sumaron dos amigos del gringo. El triunvirato de nombres ya dice mucho sobre lo que luego diré: Marcus, Michael y Tim. Nombres como de escritor malo con poca imaginación.
Juro que hice un intento real por sentirme en una barra con mis amigos. Conversé con ellos de cerveza, política y perros. De nada sirvió. Las asiáticas demostraron esa tendencia de su etnia al silencio respetuoso y los tres gringos se encargaron de quitarme las ganas de repetir el experimento.
Intenté sentir que eran tipos simpáticos y fracasé. Ellos trataron de ser simpáticos y fracasaron. Los tres eran demasiado blancos, demasiado americanos, demasiado predecibles, demasiado cristianos, demasiado republicanos, demasiado conservadores, demasiado aburridos, demasiado sosos, demasido simples, demasiado blandos, demasiado... poco. Entiendo perfectamente que algún lector tenga la idea pasajera de que mis comentarios están teñidos de racismo. Perfecto. No voy a defenderme en lo absoluto. El tríptico de niñatos tenía esas rosadas mejillas y diminutas manos delicadas que delatan el hecho de no haber dado un tajo en su vida. Sus escuetos comentarios sobre música y gastronomía probaron todos los clichés de la música pop y MacDonalds. Sus declaraciones conservadoras los identificaron como los niños que jamás renegarían de las ideas políticas conservadoras de Papá y Mamá. Sus breves palabras sobre otras etnias y las estúpidas preguntas con las que acosaron a las asiáticas demostraron su total ignorancia absoluta de todo aquello que no sea blanco, hable inglés, beba Budweiser y habite en alguno de los estados de la nación americana.
Por favor, no me malinterpreten, no me opongo a la existencia de esos miembros de la petit-bourgeois gringa, carne de fraternidad y football, domingos de misa y BBQ y deseos de muerte a los marrones, amarillos, negros, homosexuales, comunistas, anarquistas, demócratas y defensores del aborto. Que vivan felices y contentos en otro lugar; yo me niego a beber con ellos y prefiero la compañia del fantasma valiente de Everett Ruess, mis libros, mi silencio, mi jazz.
Anoche me di cuenta de que cada vez soy más un antisocial sin remedio.
P.D. Con esta entrada el blog cumple su primer centenario.
miércoles, 11 de febrero de 2009
Al otro lado del río
Regreso al sur como quien regresa a casa. Cruzo el río metido en la barriga de la bestia ruidosa que devora millas. Siempre que llego al sur camino con los ojos clavados en el suelo para ver si encuentro lo que busco. Ese algo tan especial, ese pedazo de todo, ese segundo infinito, ese recuerdo futuro, esa visión milagrosa, ese paso decisivo, esa nota adecuada. Hoy el suelo sólo me devuelve espacio vacío.
Usualmente los pedazos que quedan de los sueños de los habitantes del sur suelen flotar por las cunetas los días que llueve. Por suerte lleva muchos días sin llover y hasta las cucarachas se niegan a salir. El piso sigue vacío. Los deambulantes esconden hoy sus penas en otro sitio. Los locos se acostaron temprano.
Nadie me espera, nadie me llama, nadie me habla. Descubro que la soledad es un lugar muy cómodo donde es imposible que alguien te fastidie la paciencia. Deambulo sin rumbo fijo y persigo a paso lento una gran interrogante. Acostada en mis oídos ronronea la banda sonora de mis días desperdiciados buscando ese algo.
Cuando se rinden mis piernas me siento a esperar a la bestia que corta la ciudad con su luz acusatoria. La noche termina de tirarse encima de la ciudad y amenaza con sofocarla. Algún loco se despierta y grita sus pecados justamente en el punto en que se pierde mi vista. Cada carro que pasa lleva dentro uno o dos propósitos. Todos me son deliciosamente ajenos. Cada quien que busque lo suyo. Me llaman las vías del tren con una promesa de que a lo mejor allí está lo busco. Doy gracias por no perder el sentido buscando ese único absoluto en el fondo de una botella. Por el momento me llegar con cruzar al estado mental que aguarda al otro lado del río.
Una vez regreso a ese lugar que ahora llamo casa y que llora sus penas a través de goteras de agua marrón me doy cuenta de que me traje el sur conmigo. Lamentablemente esa no era la respuesta. No estoy perdido, pero sigo buscando. No sé qué busco, pero me queda el consuelo de estar seguro de aún no haberlo encontrado.
Usualmente los pedazos que quedan de los sueños de los habitantes del sur suelen flotar por las cunetas los días que llueve. Por suerte lleva muchos días sin llover y hasta las cucarachas se niegan a salir. El piso sigue vacío. Los deambulantes esconden hoy sus penas en otro sitio. Los locos se acostaron temprano.
Nadie me espera, nadie me llama, nadie me habla. Descubro que la soledad es un lugar muy cómodo donde es imposible que alguien te fastidie la paciencia. Deambulo sin rumbo fijo y persigo a paso lento una gran interrogante. Acostada en mis oídos ronronea la banda sonora de mis días desperdiciados buscando ese algo.
Cuando se rinden mis piernas me siento a esperar a la bestia que corta la ciudad con su luz acusatoria. La noche termina de tirarse encima de la ciudad y amenaza con sofocarla. Algún loco se despierta y grita sus pecados justamente en el punto en que se pierde mi vista. Cada carro que pasa lleva dentro uno o dos propósitos. Todos me son deliciosamente ajenos. Cada quien que busque lo suyo. Me llaman las vías del tren con una promesa de que a lo mejor allí está lo busco. Doy gracias por no perder el sentido buscando ese único absoluto en el fondo de una botella. Por el momento me llegar con cruzar al estado mental que aguarda al otro lado del río.
Una vez regreso a ese lugar que ahora llamo casa y que llora sus penas a través de goteras de agua marrón me doy cuenta de que me traje el sur conmigo. Lamentablemente esa no era la respuesta. No estoy perdido, pero sigo buscando. No sé qué busco, pero me queda el consuelo de estar seguro de aún no haberlo encontrado.
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