sábado, 30 de mayo de 2009

Los 15 minutos que nunca llegaron

La semana antes de volver a Puerto Rico coincidió con el apocalíptico cénit de la pandemia porcina. Esa semana aún no se había reportado ningún caso en la isla y yo estaba listo para mis quince minutos de fama.
El plan maestro, y sumamente poético, consistía en contraer el maldito virus y convertirme en el primer caso de Puerto Rico. Había algo acerca de un periodista contribuyendo al innecesario arroz con culo que estaba formando la prensa que me atraía con una fuerza descomunal. De conseguir mi propósito, pronto escribiría un libro contando mi experiencia de sobreviviente a esa diabólica pandemia que se ha limitado a tocar unas trescientas personas a nivel global... lo que la ayuda a redefinir el termino pandemia. El libro lo traducirían al inglés y Oprah me innvitarí a contar mi historia en su programa.
Para lograr mi meta me dediqué a leer en la guagua durante al menos dos horas diarias, siempre procurando sentarme cerca de gente con sospechosos ataques de estornudos o con marcado gotereo nasal. El olor de los homeless escapando de la lluvia y el sudor viejo que perfumaba los asientos fueron sólo pequeños contratiempos que ignoré olímpicamente. En las paradas, opté por besar a cuanto dirty mexican se cruzó en mi camino y por lamer los bordes de todos los recipientes de bebidas que encontraba en los basureros. Dejé de lavarme las manos por una semana y, tras visitar Walgreens y ver a todos los empleados con mascarilla, me arrastré por el suelo y luego no me bañé. He aquí mi razonamiento: si me puedo contagiar por no lavarme las manos, me puedo contagiar mucho antes si no me baño.
El invento del autobús no funcionó. Por suerte, el trapo de vuelo que conseguí para Puerto Rico me llevó de Austin a Atlanta, de Atlanta a Fort Lauderdale y de Fort Lauderdale a San Juan. Después de semejante tour y una pasadita por Florida, estaba seguro de que regresaría a casa con el estrellato incubándose en mis pulmones.
La suerte me falló y fue otro el primer caso en Puerto Rico. Nada de libro y nada de invitación de Oprah. Ahora hasta parece que la pandemia ya no es pandemia y el monstruo peludo de las cesantías multitudinarias es mas feroz y mete más miedo que el virus AH1N1 (¿no sonaba mejor el nombre anterior?). Sólo me queda esperar la próxima pandemia... a ver si en esa hay mejor suerte.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Sobre mitos y leyendas

Cualquiera que haya encendido un televisor o haya leído un periódico en las últimas dos semanas sabrá que está de moda hablar de la clase artística del país y de la televisión puertorriqueña. En otras palabras, los cuatro gatos de siempre intentan hacer ruido y se indignan ante la muerte de la genial programación local. Ante esta situación, lo mejor es aclarar las cosas en pos de evitar discusiones innecesarias: Puerto Rico no tiene televisión local.
Puerto Rico no lo hace mejor y no vive del turismo. Puerto Rico sólo tiene cuatro gatos reciclando las mismas novelas e intenta hacer pasar eso por literatura. Puerto Rico no tiene industria cinematográfica y el teatro es un pez agonizando fuera del agua. Los puertorriqueños, en su inmensa mayoría, se maman con felicidad plena cualquier bazofia hollywoodense que le pongan en los cines y devora sólo pseudoliteratura (o literatura light, que suena más bonito). La misma sarta de imbéciles consumidores que han colocado en el estrellato a figuras tan diversas como Silverio Pérez, la Taína y Tavín Pumarejo, los mismos que compran libros de autoayuda pero jamás leerían un escritor puertorriqueño, los mismos que idolatran boxeadores, reggaetoneros, putiflejes televisivas y políticos sin cerebro... ahora se quejan de que no hay televisión boricua.
¿Cuándo fue la última vez que no recurrió una comedia boricua al chiste mongo, burdo y facilón? ¿Cuándo fue la última vez que se escribió un guión meridianamente original para un programa local? ¿Cuándo fue la última vez que cambiar el canal para ver otra cosa no fue la mejor opción en lo que respecta a los llamados canales locales? Me parece que el dictamen sobre lo negativo que es el deceso de las producciones locales es un poco acelerado: debemos esperar un poco para ver si en realidad es el fin de algo que valdría la pena no perder. En mi opinión, poco se debe llorar la pérdida de algo que nunca sirvió de mucho.
¿Y qué hacemos con todo ese "talento" desempleado? Bueno, Puerto Rico tampoco tiene agricultura porque falta mano de obra...

domingo, 17 de mayo de 2009

Hasta siempre, Maestro


Muchas horas pasé encerrado en mi habitación con los libros de Benedetti. Sus novelas siempre tenían una buena dósis de sorna y su poesía siempre tuvo, al menos para mi, un peculiar sentido del humor: "El que pecho abarca, loco aprieta."

El amor, las mujeres y la vida, una antología temática que trata dichos temas, sirvió para enseñarme que hay cosas en la vida que importan mucho más que otras. Durante mi segundo año de bachillerato me vi encerrado en una habitación esperando que estudiantes de primer año vinieran a por sus tutorías de inglés. Esas horas muertas me sirvieron para leer La tregua, Primavera con una esquina rota, El olvido está lleno de memoria, los tres inventarios, etc. Siempre disfrute de lo que escribía. Rincón de Haikus lo gané en un certámen de poesía y se convirtió en uno de los libros que más pedazos memoricé.

Ahora ya no escribirá más, pero nos deja una gran obra literaria que servirá para que muchos aprendan sobre la poesía, las mujeres y el exilio.

Mientras el mundo celebra la mediocridad de Dan Brown y se hincha de vender libros mierdosos Pablo Conejo, Don Mario haces las veces de dominó: lamentablemente, en algún momento, le seguirán Vargas Llosa y el Gabo.

Este blog sólo a reportado dos muertes: Ángel González y Mario Benedetti... por algo será.

Espero que los que lo entierren hayan leído sus haikus y obedezcan ese deseo que sólo puede tener un escritor:


"Cuando me entierren

por favor no se olviden

de mi bolígrafo"


Hasta siempre, Maestro.

viernes, 8 de mayo de 2009

Un paso más

No deja de ser diminuto el espacio. No cesa el silencio en su desespero. No se llena la nevera sólo con las ganas. Sin embargo, cada párrafo me aleja un poco más del infierno, cada letra es un pedazo de libertad, cada línea una obra de arte, cada hora que pasa un paso más hacia un vacío bienvenido.
Sobre el teclado bailan un sinnúmero de fantasmas del pasado y la colección de esqueletos que amenzan con ser el futuro. El proyecto se convierte en niño hambriento. ¿Lavo la ropa o escribo un poco más? Escribo; si me visto de palabras, deja de importar la ropa. La posibilidad de una ducha espera en el horizonte.
Sumo notas musicales al silencio y palabras al espacio vacío.
Afuera colapsa el sistema capitalista; aquí dentro se cocina el futuro.