domingo, 26 de abril de 2009

George y no Jorge


En el 2005 conocí un tipo simpático con problemas de autoestima intelectual y ganas de divertirse. Como le gustaban los libros, la salsa y la cerveza, inmediatemente nos topamos con un espacio de encuentro en el que reinventábamos el mundo a diario. Esos primeros meses los pasamos buscando café entre clases mientras el lloriqueaba porque sentía que pronto los poderes hegemónicos universitarios lo "devolverían para Colombia". Hasta el sol de hoy, esa bestia impresentable se llama Jorge Gutiérrez.
A los seis meses, por aquello de fastidiar, se me ocurrió llamarle George. Se encabronó y me dijo que su nombre era Jorge y no George. Me reí y le dije que estaba jodido porque de ahí en adelante su nombre iba a ser George... y así fue.

George se convirtió en mi "consorte radial" y juntos pateamos las oscuras calles de Río Piedras, perseguimos prostitutos travestis a altas horas de la noche, metimos locos, actores y músicos en nuestro programa, bebimos en los peores antros de la ciudad, comimos como reyes en la Placita, fastidiamos a la dulce Jarah Flores, discutimos sobre literatura, hicimos comilonas en mi casa, vacilamos con Gambi, le presenté a mis secuaces (que a su vez se hicieron sus amigos y siempre lo llamaron George), planeamos viajes cósmicos, grabamos un cortometraje en el que hacía, practicamente, de si mismo, lo vi enfermarse por comer más comida china y tostones que cualquier otro ser humano, fui testigo silente de sus debacles amorosos, nos inventamos El Caminante, degustamos tripeltas en bases regulares, le afeité la cabeza por un par de dólares, nos emborrachamos en la playa y convertimos el acto de insultarnos en un deporte Olímpico en el que pocas personas nos igualan. Miren la foto de arriba: obscena comunicación no-verbal, cara de pederasta, camiseta de fugado de prisión, uña mugrienta y sonrisa de asesino en serie con déficit neuronal...¿quién podría evitar insultarlo?

A George no lo devolvieron para Colombia, su querida Meche se juntó con él en Puerto Rico y finalmente terminó su maestría. Lamentablemente, las leyes de inmigración le prohibieron a esa rata de cloaca permanecer más tiempo en Puerto Rico. Supongo que con cierta tristeza se subió en un avión y se largó dejando esa Isla que tanto llegó a querer detrás. Servidor no tuvo la oportunidad de decirle: "Fleje, imbécil, perra sifilítica, bueno para nada... fue un placer janguear con vuesa merced, cuenta conmigo para lo que te haga falta, hermano."

Creo que decirle hasta pronto desde aquí es la mejor forma de que se entere mientras consigue un celular en Baranquilla. Sé que tendré que volver a aguantarlo, ya sea en Colombia, Puerto Rico o en dónde sea. Por suerte, ninguno de los dos cree en las despedidas. Hablamos pronto, colega.

P.D. Amigos colombianos; si lo ven... vale la pena ignorar la cara de tonto y llegar a conocer al horrible ser humano que lleva dentro.

jueves, 16 de abril de 2009

Ventanas sin mar

¿De qué carajos sirve una ventana que no da al mar? Sé que la pregunta suena extraña, que las ventanas pueden dar a muchos sitios, etc. El punto es que mi única ventana da a un estacionamiento, un pedazo de calle y unas casas en la acera opuesta. Cada vez que me asomo me miran desde su estoico silencio los calvos árboles de la acera. Sin una hoja a la vista y con ese enormen cielo tranquilo que caracteriza las tardes en esta ciudad, los árboles siempre permanecen en su sitio. Sin hojas que se muevan y con poco tráfico, la calle se empapa de una homogénea quietud, una permanencia absoluta que aburre y cansa la vista con su idéntica exactitud día tras día.
Nunca pensé que el cansón vaivén del mar, esa tonta insistencia de las olas que no lleva a nada en absoluto, me fuera a hacer tanta falta. Confieso que he intentado ofrecer a mis ojos el facsímil razonable de un inmenso río, pero el tono verde del agua, la presencia inmediata de sucedáneos árboles (sin duda hermanos de los que esperan fuera de mi ventana), la relativa proximidad de sus orillas y el serpenteo forzado de su cauce no logra arrancarme del pecho la falta de mar que tengo.
Incontables tardes en que el mar se tragó el sol y la risa de la gente que quiero se tostó en la arena, el placer de beber cerveza fría sumergido en el salado líquido sagrado, el yodo curándome las heridas de la batalla; todos fragmentos de memoria que saltan por esa ventana sosa poblada de árboles secos.
Me gusta pensar que ellos también sueñan con ver el mar.

miércoles, 1 de abril de 2009



Ese es mi diminuto escritorio. Encorvado encima de ese cuadrado aparato de madera he pasado más horas de las que me gustaría recordar en las últimas dos semanas. Hoy sometí el trabajo final y el petardeo neuronal cesó. La foto la saque antes de mi viaje a Oklahoma… cuando estaba todo recogido y aún encontraba tiempo para dormir, comer, afeitarme o bañarme. Hoy, secuestrado mental de la academia, víctima vengativa de la investigación, huraño lector de oscuras publicaciones irrelevantes, héroe sin gloria del insomnio forzado, esclavo de la rutina de la medianoche sobre una computadora, culo de pasillo y de escalera, mal padre de libros que siguen sin leer, hombro/trapo de compañeros en iguales condiciones, trabajador incansable de la nada… hoy me declaro libre de toda responsabilidad… por lo menos hasta el lunes.