Parece ser que la discusión de la estrecha relación entre humanos y animales es un tema recurrente en este blog. Nada de apologías. Probablemente se deba al hecho de que me gustan más los animales que las personas y que prefiero salvarle la vida a un perro sarnoso que a un político. En fin, aquí está la última columna que me publicó El Nuevo Día.
28-Febrero-2008
GABINO IGLESIAS
ESCRITOR Y PERIODISTA
Naturaleza
Es de conocimiento popular que un animal es un ser orgánico que vive, siente y se mueve por propio impulso y que comparte, en gran medida, necesidades y procesos biológicos con el ser humano.
Si embargo, dentro del reino animal, hay que hacer alguna diferenciación para preservar la integridad física del que entra en contacto con animales.
Por ejemplo, para diferenciar un animal domesticado de un animal salvaje, bastaría con explicarle creativamente al interlocutor las diferencias neurálgicas entre jugar con el gato de la vecina versus intentar realizar la misma acción con un tigre.
Gracias a esto, el individuo estará al tanto de que el animal salvaje es peligroso e impredecible por lo que alguien podría describirlo como sumamente necio, terco, zafio o rudo.
El problema se presenta cuando se intenta inútilmente describir a algunos animales humanos a la luz de las atrocidades cometidas.
Por ejemplo, si echamos mano de los sinónimos aceptados, podríamos decir que el humano es por naturaleza un animal atroz, irracional, inhumano (interesante dicotomía, ¿no?), cruel, despiadado, torpe, sádico, cenutrio, inculto, feroz, incivil e inculto.
Aún así, y dado que el homo sapiens no reconoce límites (consideremos los aviones, los rascacielos, la neurocirugía y la Internet como pequeñas cortinas de humo de la evolución), el mismo se encarga de rebasar todo horizonte.
De esta forma, el humano se hace cada vez más animal y comparte las prácticas de matar a sus cachorros o pelearse hasta la muerte por un pedazo de tierra (aunque el homo sapiens hace cosas que no hacen los animales como, por ejemplo, ensuciar el lugar donde come).
Teniendo esto en consideración, ¿se merece aquel que asesinó un perro que no era suyo a machetazos en la cabeza porque no dejaba de ladrar, que le lancemos el piropo de llamarlo animal?
jueves, 28 de febrero de 2008
miércoles, 27 de febrero de 2008
Breve ensayo sobre la mentira
No me importa si el lector desea atribuirle la culpa a la evolución o a cualquiera de las deidades que pueden representar el ser supremo de su preferencia. El punto es que no soy el tipo más guapo del mundo. Tampoco soy el más alto o el más rico. Pero nunca me quejo por una sola razón: sé mentir.
Claro está, “yo también sé mentir”, dirán todos; pero no como yo. Yo soy capaz de mentir de forma tal que me lo creo. La mentira cargada de premeditación y alevosía se me da muy bien, al igual que la mentira absolutamente improvisada. Y es que hay que saber mentir como los boleros, como la buena poesía y como las películas. No sólo hay que ser convincente, también hace falta tener un vacío insondable en el lugar específico e intangible que se supone que ocupa la apestosa culpabilidad. Es decir, he aprendido a mentir sin remordimiento alguno, y eso simplifica la existencia y crea un terreno fértil para el desarrollo de técnicas de engaño avanzadas.
Igualmente, mis mentiras padecen de un daltonismo acojonante: no hay mentiras blancas o negras, azules, purpúreas o amarillas. Mis mentiras son mentiras sin color o sabor, aunque acepto que a veces saben a victoria, a redención y a misión cumplida.
El hecho de que reconozco mi propia capacidad para mentir sin paliativos y con toda rotundidad me ha hecho comenzar a publicar bajo el epíteto de escritor (con todas las cortinas de humo que eso conlleva). Pero, como de ser escritor no vive nadie (y el que lo haga, o escribe mal o miente), también me he ocupado de asegurarme de ser un ducho y habitual practicante de diversas formas y sinónimos de lo que considero, junto al cinismo, uno de los deportes extremos más excitantes y difíciles de dominar del mundo. Siendo estoy bastante cierto, aviso que domino totalmente el arte de la mácula, el farol, la trampa, el embuste, la patraña, el engaño, el chanchullo, la calumnia, el paquete, la trola, el cuento, la falsía, el embrollo y la soberana calumnia.
Teniendo en consideración que mis artes trapisondistas y liosas podrían haberme servido para dedicarme a la política, me parece sumamente loable que decida, en lugar de engañar para ganar elecciones y robar dinero, mentir para entretener y contar cuentos. Muchas gracias por los merecidos aplausos mentales.
Claro está, “yo también sé mentir”, dirán todos; pero no como yo. Yo soy capaz de mentir de forma tal que me lo creo. La mentira cargada de premeditación y alevosía se me da muy bien, al igual que la mentira absolutamente improvisada. Y es que hay que saber mentir como los boleros, como la buena poesía y como las películas. No sólo hay que ser convincente, también hace falta tener un vacío insondable en el lugar específico e intangible que se supone que ocupa la apestosa culpabilidad. Es decir, he aprendido a mentir sin remordimiento alguno, y eso simplifica la existencia y crea un terreno fértil para el desarrollo de técnicas de engaño avanzadas.
Igualmente, mis mentiras padecen de un daltonismo acojonante: no hay mentiras blancas o negras, azules, purpúreas o amarillas. Mis mentiras son mentiras sin color o sabor, aunque acepto que a veces saben a victoria, a redención y a misión cumplida.
El hecho de que reconozco mi propia capacidad para mentir sin paliativos y con toda rotundidad me ha hecho comenzar a publicar bajo el epíteto de escritor (con todas las cortinas de humo que eso conlleva). Pero, como de ser escritor no vive nadie (y el que lo haga, o escribe mal o miente), también me he ocupado de asegurarme de ser un ducho y habitual practicante de diversas formas y sinónimos de lo que considero, junto al cinismo, uno de los deportes extremos más excitantes y difíciles de dominar del mundo. Siendo estoy bastante cierto, aviso que domino totalmente el arte de la mácula, el farol, la trampa, el embuste, la patraña, el engaño, el chanchullo, la calumnia, el paquete, la trola, el cuento, la falsía, el embrollo y la soberana calumnia.
Teniendo en consideración que mis artes trapisondistas y liosas podrían haberme servido para dedicarme a la política, me parece sumamente loable que decida, en lugar de engañar para ganar elecciones y robar dinero, mentir para entretener y contar cuentos. Muchas gracias por los merecidos aplausos mentales.
viernes, 15 de febrero de 2008
Un paso más hacia el apocalípsis
Hace algunas entradas hablaba de las nuevas fronteras de la hijaputez. Hoy le toca el turno a ese elemento que, como bien señaló Einstein, no conoce el límite: la estupidez humana.
No sé si se trata de una broma poco simpática o de el irreductible empeño de la humanidad por ir minando mi confianza en ella a diario. Como las hojas de noviembre de los países que disfrutan de las cuatro estaciones se van callendo mis últimos vestigios de esperanza en el animal más bestia de la tierra: el ser humano.
La deleznable criatura que me exprime odio a chorros el día de hoy, por aquello de especificar, se llama Bernann McKunney y es una gringa de Californoa de edad no especificada y coeficiente intelectual equiparable al de un ladrillo. Esta dama (el tintero se desborda de oprobios) se ha convertido en la primera persona que clona su perro de manera comercial y le pagó 150,000 dólares a la compañía surcorena RNL bio para que clonara a su difunto Booger. Además, la Universidad Nacional de Seúl se prestó para ridiculez. No sé si me encabrona más la mujer o los académicos que asintieron sobándose el bolsillo.
Empecemos. ¿Qúe mujer respetable e inteligente le pone a un pobre can Moco?¿No se puede comprar otro perro y donar todo ese dinero que le sobra a causas benéficas más importantes?¿Por qué no puede ser increíblemente dolorosa la estupidez?¿Por qué esta tipa no está ingresada en un hospital psiquiátrico?¿Cuán culpable me debo sentir por desear que el moco nuevo se la coma viva?
Nada. Yo sigo advirtiendo al público en general: se acerca el apocalípsis tecnológico.
No sé si se trata de una broma poco simpática o de el irreductible empeño de la humanidad por ir minando mi confianza en ella a diario. Como las hojas de noviembre de los países que disfrutan de las cuatro estaciones se van callendo mis últimos vestigios de esperanza en el animal más bestia de la tierra: el ser humano.
La deleznable criatura que me exprime odio a chorros el día de hoy, por aquello de especificar, se llama Bernann McKunney y es una gringa de Californoa de edad no especificada y coeficiente intelectual equiparable al de un ladrillo. Esta dama (el tintero se desborda de oprobios) se ha convertido en la primera persona que clona su perro de manera comercial y le pagó 150,000 dólares a la compañía surcorena RNL bio para que clonara a su difunto Booger. Además, la Universidad Nacional de Seúl se prestó para ridiculez. No sé si me encabrona más la mujer o los académicos que asintieron sobándose el bolsillo.
Empecemos. ¿Qúe mujer respetable e inteligente le pone a un pobre can Moco?¿No se puede comprar otro perro y donar todo ese dinero que le sobra a causas benéficas más importantes?¿Por qué no puede ser increíblemente dolorosa la estupidez?¿Por qué esta tipa no está ingresada en un hospital psiquiátrico?¿Cuán culpable me debo sentir por desear que el moco nuevo se la coma viva?
Nada. Yo sigo advirtiendo al público en general: se acerca el apocalípsis tecnológico.
jueves, 14 de febrero de 2008
La entrada más innecesaria
Esta entrada es inexcusable. No tengo ninguna obligación de hablar de San Valentín. Sin embargo, una necesidad imperiosa me empuja a faltarle el respeto a mi blog y sucumbir a la tentación irreductible de publicar algo irreverente y morboso al respecto.
Hace una década entré en casa del polifacético gurú Juan Andreu y vi en la pared un Cupido asesinado. Era ese mismo que hay enla foto y cuyo creador ha evadido por completo mis averiguaciones. En aquel entonces, trago en mano, me reí con alegría pura y descontrolada. Los que tengan una necesidad de conocer más sobre el verdadero San Valentín (el que el casaba parejas bajo el rito de la Iglesia Católica y fue ejecutado por mandato del emperador Claudio II) que lo busque en Internet. A mi, en este momento, me ocupa más la destrucción de ese gordito afeminado con poca ropa que los medios nos meten por ojos nariz y boca. Aclaro que el momento en que vea un gordito afeminado con alas empuñando arco y flecha en mi dirección, seré el primero en correr en dirección contraria.
Hoy la industria del chocolate hace su agosto y las tiendas de flores harán lo mismo. Las filas en los palacios puertorriqueños del amor y la amistad, es decir, los moteles, serán interminables y los chillos y chillas sufrirán estúpidos ataques de celos injustificados. Igualmente, las parejas irán a cenar e intentarán no gritarse hasta mañana, los solteros y solteras perennes caerán en una depresión de variable magnitud y salpicada de negación absoluta en algunas instancias.
En resúmen, al carajo con el niñito de las flechas. He dejado que me dispare en el pasado y, después de soberanos vals bailados al borde del precipio exitencial, opto por tomar mis propias decisiones a la hora de enamorarme. Convoca a la humanidad a un esfuerzo global por la victoria del sentido sobre Cupido. Sé que será inútil, pero igualmente me parece hermoso.
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