jueves, 1 de octubre de 2009
Pedernales
El río Pedernales se extiende ante mi como una promesa líquida. La sensación de que me encuentro dentro de un cuadro me invade y me obliga a sentarme en una piedra y quedarme quieto: los cuadros no tienen movimiento. Enormes cipreses meten sus artríticas rodillas en el agua y las piedras gastadas suspiran su paciencia desde el otro lado del trasparente cristal.
Por enésima vez en mi vida siento un deseo irreductible de tener los cojones de Everett Ruess, mandar todo a la mierda y perderme para siempre entre los árboles. La canción de un pájaro invisible me distrae y decido no seguir las reglas: comienzo a caminar dentro del cuadro.
Más adelante vuelvo a sentarme para escuchar detenidamente la palabras raras que trae la corriente y observo un diminuto zapato de goma flotar río abajo como un barquito brillante. Sé que en algún punto río arriba un niño pone cara de perdido y una madre pregunta varias veces por el dichoso zapato mientras mira a su alrededor como esperando que suceda lo imposible: que el río le devuelva lo que se llevó.
Sé que estoy a poco más de una hora de casa, pero me siento como si estuviera en otro universo. Me doy cuenta de que mientras corra el agua y un pájaro se declare dueño absoluto del cielo en su propio idioma, tendré un lugar al que volver cuando las baterías se me gasten y las ganas de salir corriendo sean tan insistentes como la respiración.
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