domingo, 11 de octubre de 2009

Mi Viejo San Juan

La noche caliente nos hacía sudar las ideas y todas las mujeres que pasaban le pertenecían a cualquiera que no fuera uno de nosotros. Cuando había dinero se bebía güisqui y cuando no había se bebía Medalla. El dominó no era un juego: era un mágico ritual de cuyo resultado dependía la suerte del universo. Todos eramos artistas, músicos, poetas y anarquistas.
Los fines de semana emepezaban el jueves. La hora de dejar de beber era la hora de desayunar. Alguno que otro se enamoró de una mesera de Denny´s o descojonó un carro en alguna esquina traicionera. Dormir era casi un pecado.
Los cafés de la placita eran los diminutos pozos de donde surgían las ideas. Las cunetas guardaban todos nuestros secretos. Los adoquines eran los mejores consejeros del planeta. Si llovía, no importaba. Si no llovía, el domingo tenía que empezar remojando el pellejo en Ocean.
Trobi siempre olvida dónde carajo había dejado el carro. Willie sólo bebía madra y se apostaba en alguna esquina con cara de cazador de presas pequeñas. Luis llegaba borracho y seguía bebiendo. Gambi sudaba y reinventaba el cine.
Sudor, abrazos y billares: no hacía falta más.
Hoy, una noche fría de octubre en la ciudad de Austin, daría lo poco que tengo por encontrarme a las 5 de la mañana, borracho, gritando improperios y sentado en la húmeda entrada de un casa en la calle San Sebastián mientras Trobi y yo intentamos lo imposible: recordar dónde carajo dejamos el carro.

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