Hay veces en las que nos toca decidir y actuar con tanta rapidez que ambos actos parecen la misma cosa. A veces, haciendo alarde de ese desequilibrio mental que me caracteriza, me siento delante de la computadora y busco ese video de menos de medio minuto en el que Karl Wallenda conoce a la muerte.
Por lo general apago la música y me concentro en las manos de Wallenda. Imagino el terror en sus ojos y me parece que cuando comienza a doblar las rodillas ya ha decidido no terminar de caminar por el cielo y esperar rescate agarrado al cable que se mece bajo sus pies. Luego veo ese segundo en que se lanza a agarrar el cable y sus manos fallan, su peso cae y los dedos rozan la salvación por menos de un segundo. Luego Wallenda simplemente cae. Lo peor de todo es que no grita. Abajo lo espera la muerte tonta de aquellos que fallecen haciendo cosas como caminar entre dos edificios sobre un cable en un día ventoso y sin mecanismo alguno de seguridad.
Ese segundo en que Wallenda se decide a agarrar el cable es el mismo que nos persigue a nosotros todos los días. Unos optan por apretar el gatillo, otros se saltan una luz roja, algunos se convencen de un trago más no hará la diferencia y muchos encuentran colmillos al final de una decisión tonta de todos los días. El punto es que el final está a la vuelta de la esquina, la fragilidad no acepta excusas y la muerte es muy hija de puta. Vivimos a un paso invisible de un precipicio infinito y es saludable recordarlo de vez en cuando.
"Todo tiene su final," cantaba Héctor Lavoe. "Todo lo que termina termina mal," dice Calamaro. "Y hubo tanto ruido que al final llegó el final," dice Sabina. Fukuyama ya acabó con todo y a Nietszche me lo dejo en el tintero.
Con tanto final acechando, conviene celebrar los principios. Sé que es inevitable la llegada de "el silencio más hermoso jamás oído," como decía el gran Bukowski, pero mientras no llega me gusta escuchar música. Me niego a comulgar con el silencio. Mientras me entre aire en los pulmones, haré un escándalo cabrón cada vez que aparezca uno de esos malnacidos, crueles, iracundos, inevitables y asesinos segundos y yo logre agarrar la cuerda a tiempo. Al final, la vida no es más que la celebración de esas microscópicas victorias efímeras.
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