La academia americana es experta en dos cosas que, a simple vista, parecen contradictorias: inventar palabras para nombrar lo innombrable y restringir el uso de las palabras existentes. Por mi parte, no opero bajo las limitaciones impuestas por el imperio en sus ridículas ganas de disimular su imperialismo cultural (con poca cultura) y su oscuro pasado.
Trataré de explicarme mejor. En la academia americana no se puede decir que alguien es negro, marrón o amarillo; no se puede decir que alguien es maricón, lesbiana o travesti; no se pueden usar las palabras judío, pobre, comunista o imbécil. También está mal visto hablar de fraude, Hitler, racismo, Bush, los gordos, los republicanos o la idiocia rampante que afecta al 90% de los subgraduados.
Lo último que se les ha ocurrido decirme... o más bien lo que yo he llegado tarde a saber, es que la raza es una construcción social... como si eso eliminara el racismo, la esclavitud o el tratamiento que le dan a los mejicanos en todo el país. Querida Academia: váyase a la mierda. La raza es tanto una construcción social como lo puede ser la estatura o el pelo en la cara. Una cosa es decir que la clase (ajá! regresamos siempre a Marx!... qué se coma una bala el que haya pensado eso) hace que muchos se olviden del color; otra cosa es decir que Shaka Sulu no era negro, Confucio no era amarillo o Morticia Adams no era blanca.
Los americanos, desde el pedestal de su falsa modestia, plástica aceptación del Otro y fingido compromiso con la igualdad, quieren que la raza sea una construcción social para así poder deconstruirla de manera tal que nadie tenga la culpa de nada y el racismo pueda ser culpa de la ignorancia o la falta de herramientas intelectuales.
Yo, por ejemplo, soy multicolor. Mi música es tan negra como Albert King, Fela Kuti, Etta James, John Coltrane, Muddy Waters, Otis Rush, Freddie King, Wayne Shorter o Andre Williams y tan blanca como Clapton, Tito Puente o Sabina. Mi literatura es amarilla como Murakami, blanca como Celine o Bukowski, marrón como Zeta Acosta y tan maricona como Ricardo Arenas, Oscar Wilde o James Robert Baker. Soy tan cafre como Frankie Ruiz y tan educado como Paganini. En pocas palabras: soy un festival de colores.
Un individuo puede ser una atractiva mujer joven, blanca y abogada o un negro feo, maricón y comunista: las probabilidades apuntan a que me caerá mejor el segundo que la primera. Olvidar el color no es la solución: la solución está en entender las diferencias y romper los códigos... como por ejemplo el que dice que la raza es una construcción social.
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