La semana antes de volver a Puerto Rico coincidió con el apocalíptico cénit de la pandemia porcina. Esa semana aún no se había reportado ningún caso en la isla y yo estaba listo para mis quince minutos de fama.
El plan maestro, y sumamente poético, consistía en contraer el maldito virus y convertirme en el primer caso de Puerto Rico. Había algo acerca de un periodista contribuyendo al innecesario arroz con culo que estaba formando la prensa que me atraía con una fuerza descomunal. De conseguir mi propósito, pronto escribiría un libro contando mi experiencia de sobreviviente a esa diabólica pandemia que se ha limitado a tocar unas trescientas personas a nivel global... lo que la ayuda a redefinir el termino pandemia. El libro lo traducirían al inglés y Oprah me innvitarí a contar mi historia en su programa.
Para lograr mi meta me dediqué a leer en la guagua durante al menos dos horas diarias, siempre procurando sentarme cerca de gente con sospechosos ataques de estornudos o con marcado gotereo nasal. El olor de los homeless escapando de la lluvia y el sudor viejo que perfumaba los asientos fueron sólo pequeños contratiempos que ignoré olímpicamente. En las paradas, opté por besar a cuanto dirty mexican se cruzó en mi camino y por lamer los bordes de todos los recipientes de bebidas que encontraba en los basureros. Dejé de lavarme las manos por una semana y, tras visitar Walgreens y ver a todos los empleados con mascarilla, me arrastré por el suelo y luego no me bañé. He aquí mi razonamiento: si me puedo contagiar por no lavarme las manos, me puedo contagiar mucho antes si no me baño.
El invento del autobús no funcionó. Por suerte, el trapo de vuelo que conseguí para Puerto Rico me llevó de Austin a Atlanta, de Atlanta a Fort Lauderdale y de Fort Lauderdale a San Juan. Después de semejante tour y una pasadita por Florida, estaba seguro de que regresaría a casa con el estrellato incubándose en mis pulmones.
La suerte me falló y fue otro el primer caso en Puerto Rico. Nada de libro y nada de invitación de Oprah. Ahora hasta parece que la pandemia ya no es pandemia y el monstruo peludo de las cesantías multitudinarias es mas feroz y mete más miedo que el virus AH1N1 (¿no sonaba mejor el nombre anterior?). Sólo me queda esperar la próxima pandemia... a ver si en esa hay mejor suerte.
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