jueves, 9 de agosto de 2007

Salud, educación, San Nosequién y la madre de los tomates

Regreso a la patria después de mi estadia en Fort Lauderdale y no me dan tiempo de antes de obligarme al cinismo nuevamente. En esta ocasión pasé todo un día en la sala de espera del Hospital San Pablo de Bayamón esperando que operaran a mi tio. Se pueden imaginar que la idiotez y la incompetencia absoluta fueron la orden del día. De todas formas, lo que de verdad quería decir es que aquí está la columna que me publicó El Nuevo Día ayer, miércoles 8 de agosto, al respecto.


Cirugía (de)ambulante
Gabino Iglesias
Periodista y escritor

Son las seis y veinte de la mañana y me deslizo entre piernas extrañas en compañía de mi padrino. Estamos en la sala de cirugía ambulatoria y ambulante de un hospital, cuyo nombre dejaré en el tintero, y buscamos asiento. Veo pasar la mañana como si nada.
Me canso de ver programas repetitivos sobre cuasinoticias y me leo este diario de rabo a cabo.
Llega el mediodía “sans” almuerzo y me recreo con 600 páginas de literatura hasta que se me cansa la vista.
Me concentro en los eventos del país para obviar la agonía de mi cóccix. ¿Por qué los empleados de la UPR, los obreros del país y las personas que trabajan en diversas tiendas de bienes y servicios pueden usar un “ponchador” sin problema alguno y, sin embargo, para los maestros del sistema escolar público esto es una violación a su privacidad? ¿No son nueve millones de dólares perdidos por falta de servicios prestados una violación al bolsillo del pueblo? ¿Debo sentirme menos persona por todas las veces que he corrido para “ponchar”? ¿No hay clases de honestidad?
Llega la tarde y sigo esperando. Ahora rezo por que el galeno de turno, o sea, el que le toque manejar el láser sobre el ojo de mi padrino, no sea otro médico de mentira.
A veces creo que es mejor no estar informado.
Llega la noche y la sala se va vaciando. Me voy quedando cada vez más solo hasta que, finalmente, se abre una puerta y sale mi padrino en silla de ruedas.
Son las nueve y media de la noche. Le doy las gracias a San Nosequién y entonces me pregunto: si puedo salir de aquí y seguir amando este pedacito de tierra ¿qué les cuesta “ponchar” a los maestros y hacer las cosas bien a los médicos?

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