A veces hay que quejarse, o decir algo. Se trata de opinar y eso es algo que, por suerte o por desgracia, siempre hago. He aquí el artículo/opinión que me publicó el Nuevo Día el día de hoy (jueves 22 de febrero).
El trampolín (im)perfecto
Gabino Iglesias
Estudiante de maestría en periodismo - UPR
La noche del martes 20 de febrero de 2007 asistí a una actividad auspiciada por el Instituto de Cultura y el Centro de Estudio Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. La ocasión era una presentación del señor Carlos Westendorp y Cabeza, embajador de España en Washington.
El diplomático español discutía un plan de acción que convertiría a Puerto Rico en el trampolín perfecto para las relaciones comerciales entre España y Estados Unidos. Westendorp asumía que la isla sería idónea para propiciar estos intercambios basándose en la gran cantidad de productos españoles que se consumen en la isla. A falta de periodistas profesionales, aquí van mis dos centavos en cuanto al asunto.
En primer lugar, las incongruencias, separaciones y desencuentros por razones idiosincrásicas que se dan entre grupos en el exilio americano son insalvables.
Entiendo que es un error imaginar que los hispanos residentes en el exterior puedan ser abordados como un solo mercado que obedecerá a los mismo impulsos. Además, pensar la diáspora hispana en Estados Unidos como una totalidad homogeneizada es una idea que obedece más al sistema operativo de la maquinaria del “capitalismo vorágine” que a la cultura o a la realidad tajante. Si un puertorriqueño no es lo mismo ni se comporta igual que un “newyorican” o un chicano ¿cómo imaginar una comunidad hispana unida llena de “newyoricans”, guatemaltecos, mexicanos, venezolanos, cubanos y dominicanos consumiendo productos españoles y siendo interpelados por la propaganda de igual forma? La idea de un puente boricua me parece un sueño hermoso (igual que la existencia de la llamada Iberoamérica), pero la realidad es que es muy difícil vender chorizos de Cantimpalo y berberechos enlatados a una comunidad hispana automarginada, a través de una nación que no puede ni siquiera definir su propia relación con Estados Unidos.
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