El desarrollo intelectual siempre viene acompañado de un distanciamiento pronunciado con la monótona realidad que nos rodea. Mientras más sabemos, más esperamos que sepan los demás. Desde que habito un reducido espacio y no tengo vehículo propio, mi vida se ha convertido en una dicotomía existencial de primer orden: libros y música y luego todo lo demás. Nada de esto me molesta; el viaje es algo que aprovecho y disfruto. El problema radica cuando el hermitaño físico e intelectual hace el intento inútil de volver a integrarse al mundo real de manera efectiva.
Anoche sucedió que acepté salir a tomarme un par de cervezas con un gringo, una koreana y una china. A ese grupo se sumaron dos amigos del gringo. El triunvirato de nombres ya dice mucho sobre lo que luego diré: Marcus, Michael y Tim. Nombres como de escritor malo con poca imaginación.
Juro que hice un intento real por sentirme en una barra con mis amigos. Conversé con ellos de cerveza, política y perros. De nada sirvió. Las asiáticas demostraron esa tendencia de su etnia al silencio respetuoso y los tres gringos se encargaron de quitarme las ganas de repetir el experimento.
Intenté sentir que eran tipos simpáticos y fracasé. Ellos trataron de ser simpáticos y fracasaron. Los tres eran demasiado blancos, demasiado americanos, demasiado predecibles, demasiado cristianos, demasiado republicanos, demasiado conservadores, demasiado aburridos, demasiado sosos, demasido simples, demasiado blandos, demasiado... poco. Entiendo perfectamente que algún lector tenga la idea pasajera de que mis comentarios están teñidos de racismo. Perfecto. No voy a defenderme en lo absoluto. El tríptico de niñatos tenía esas rosadas mejillas y diminutas manos delicadas que delatan el hecho de no haber dado un tajo en su vida. Sus escuetos comentarios sobre música y gastronomía probaron todos los clichés de la música pop y MacDonalds. Sus declaraciones conservadoras los identificaron como los niños que jamás renegarían de las ideas políticas conservadoras de Papá y Mamá. Sus breves palabras sobre otras etnias y las estúpidas preguntas con las que acosaron a las asiáticas demostraron su total ignorancia absoluta de todo aquello que no sea blanco, hable inglés, beba Budweiser y habite en alguno de los estados de la nación americana.
Por favor, no me malinterpreten, no me opongo a la existencia de esos miembros de la petit-bourgeois gringa, carne de fraternidad y football, domingos de misa y BBQ y deseos de muerte a los marrones, amarillos, negros, homosexuales, comunistas, anarquistas, demócratas y defensores del aborto. Que vivan felices y contentos en otro lugar; yo me niego a beber con ellos y prefiero la compañia del fantasma valiente de Everett Ruess, mis libros, mi silencio, mi jazz.
Anoche me di cuenta de que cada vez soy más un antisocial sin remedio.
P.D. Con esta entrada el blog cumple su primer centenario.
3 comentarios:
Enhorabuena por el aniversario, que le sigan muchos más.
pimogallo.
Saludos.
Muy bueno el post.
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