I am Charlotte Simmons es el título de la última novela de Tom Wolfe. En ella se cuenta la vida y milagro de Charlotte, una chica del diminuto pueblo de Sparta, en las montañas de North Carolina, al llegar al nuevo mundo inexplorado de la Universidad de Dupont. La chica teme a la oscuridad, la impresionan los chicos de las fraternidades (a los que Wolfe hace continua referencia), se preocupa por no ser popular, le importa mucho lo que piensen de ella y se da cuenta de que tiene un acento distinto al de los demás. En resumidas cuentas, la chica es arrojada a un universo desconocido y cada experiencia le resulta impresionante y le cambia la vida de algún modo. Me parece hermoso... y la envidio.
Yo acabo de terminar las clases de mi primer semestre (sólo las clases: el trabajo nunca termina y ya tengo proyectos para entregar el 26 de enero) en un país extranjero, no sólo lejos de casa, y en donde se habla sólo lo que es para mi un segundo idioma. Sin embargo, cada vez que camino por un callejón oscuro, son los demás los que cambian de acera. Me importa un carajo la popularidad o el acento que pueda tener. Sólo me impresiona la extensión territorial, la efectividad administrativa y la preparación de la facultad de la universidad. Me encanta descubrir nuevos horizontes en autobús y dedico algunas tardes a charlar con deambulantes y locos variopintos. Por último, los niñatos de las fraternidades me estorban en las aceras y me hacen herir la sangre cuando se sientan en los bancos del gimnasio a charlar. Todo ello lleva a que los intimide o físicamente los invite a abandonar el espacio inmediato que me rodea.
Hace una semana el escritor Bill Minutaglio me preguntó cuántas veces había reencarnado para ser un tipo tan "wiseguy jaded". No tengo la contestación. Sólo sé que a veces me gustaría ser un poco más impresionable, un poco menos viejo, un poco más inocente, un poco menos cínico... nah, en realidad no deseo nada de eso. Yo no soy Charlotte Simmons.
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