Sentado en un salón de clase escuchando a dos novatos contarle mentiras a un grupo de recién nacidos asustados me inundó la cabeza un pensamiento horrible: esto es el principio del fin del verano. Una vacua orientación desorientada en donde se repitió lo mismo que en las anteriores tres a las que me han obligado a asistir: triste fin a un tiempo feliz. Con la realización de que empieza el semestre encima de la espalda como una toalla fría cerré los ojos y revisé mi batería: todo listo para otro año escolar.
Llevo tres meses leyendo como un poseído, viendo películas cuando me da la gana, entregándome a Morfeo las pocas veces que se digna a visitarme, explorando música nueva a diario, escribiendo sin parar y caminando por el mundo con el paso firme y sereno del que sabe que al final siempre hay otro día para preocuparse de las nimiedades. Ahora me salta a la nariz el hedor de un nuevo comienzo, de un semestre lleno de preguntas e individuos por conocer y de dos clases llenas de personas que, si la voz de la experiencia no me falla, tenderán en su mayoría a la estupidez insulsa de todos los jóvenes ajenos al mundo, a la lucha, a la lectura y a la vida real.
Sumo este verano, mi primero en Austin sin una visita a casa, a tantos otros veranos en la playa o en España. Inhalo fuerte y aprieto los puños. Espero con ansias locas el primer golpe. Aquí vamos otra vez.
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