domingo, 4 de enero de 2009

No patrocino

No patrocino Starbucks porque me parece una asquerosa fantochería para yuppies, pseudointelectuales, universitarios con dinero y pendejutivos con trajes oscuros y un vacío insondable en la cabeza. Sólo quería aclararlo porque voy a hablar de otro sitio donde dicen que venden café (y poco más): Borders.
No patrocino Borders desde que descubrí Halfprice Books, una utopía comercial en la que adquiero mi literatura por un dólar. Cada libro que he comprado en esa tienda me ha costado, literalmente, 100 centavos. El problema radica en que ahora estoy de compras en Puerto Rico y tengo la ardua tarea de comprar un regalo para mi señor padre, devoralibros de por vida, crítico implacable e intelectual con mucha mala uva y demasiada experiencia literaria: no se le puede regalar cualquier mierda. Pues bien, visito el local de Plaza Escorial y luego el atestado infierno de Plaza Las Américas. He aquí una multiplicidad de razones por las que reitero después de esa experiencia que no patrocino Borders:
1- Louis-Ferdinand Céline, Thomas Mann, Nicholson Baker y hasta el genial José Saramago, por mencionar algunos, son alienígenas bestias desconocidas cuya obra pertenece en las polvorientas estanterías de sabios de larga barba blanca al lado del Necronomicon, Des Vermis Mysteriis y el Cultes des Goules. En defensa de ese antro, tenían un veintiúnico libro del Nobel portugués... el más nuevo y sumamente caro.
2- Un sinnúmero de punks, góticos y emos, todos entre los 14 y los 18 años, han hecho de los pasillos de la tienda su nueva sala de estar. No leen nada, no buscan nada y no compran un carajo; se limitan a sentarse a charlar en el medio y a estorbar al que busca un libro. Tranquilamente juegan PSP, hablan por el celular (nada más gótico que la comunicación interpersonal a larga distancia mediado por un diminuto aparato electrónico) y escuchan música. Mis instintos asesinos sienten un especial amor por todos ellos.
3- Gordas incultas, flacos ignorantes, jóvenes idiotas, envejecientes alelados, madres necias, hijos estúpidos y transeúntes increíblemente torpes se pasean por el medio en busca de nada. Algunos hasta se atreven a levantar la mandíbula al aire mientras discuten con otra bestia humana su opinión sobre el último libro de Silverio.
4- A falta de literatura real, mesas y más mesas rellenan el espacio-no-espacio con la insípida obra de Pablo Conejo, libros de cocina, panfletos de autoayuda, psicología light para analfabestias, malas traducciones de obras pésimas, enardecidas feministas latinoamericanas recontando la misma historia por enésima vez, insignificantes poetas soeces, audiolibros, reciclajes patéticos de la obra de Dan Brown, vacilonas novelas de suspense, el último secreto de los Templarios y muchas otras muestras de bazofia literaria, asesinatos innecesarios de árboles, sedimetos de la cultura consumista, desperdicios mentales de juntapalabras sin talento y malgastos imperdonables de espacio material.

Me cago en todo la cagable y hago la siguiente advertencia: el o la próxima genio que se atreva a decirme que Borders es una tienda de libros se va a llevar un bofetón que va a estar una semana cagando dientes. Lo dicho: no patrocino.

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