jueves, 15 de enero de 2009
Cargando la batería
Es sábado y son las 7:30 a.m. Ojeo el periódico con poca concentración y haciendo un esfuerzo considerable por no leer nada: no me quiero joder el día. La puerta de casa se abre y se cierra varias veces y después de los consabidos abrazos y besos se llena mi mesa de entidades únicas e irrepetibles. La eventura espera.
Una parada para comprar hielo y un viaje de dos horas lleno de anécdotas, preguntas y discusiones intelectuales de alto vuelo mezcladas con banales chistes baratos (mientras más asquerosos mejor) le preceden al paraíso terrenal. A eso de las 11 de la mañana entramos en los caminos de tierra que desde mis 15 años me llevan a uno de mis sitios favoritos de esta dimensión: el último rincón de la jungla en Guánica.
Un leve percance y una confusión de Manu en cuanto al tema de la diestra y la siniestra desenlaza con nuestro vehículo varado en unos dos pies de fango salado. Las próximas dos horas son una mezcla surreal de lodo, esfuerzo, ideas, empujar, estirar, beber cerveza, atar cadenas, risas, bromas, chistes y felicidad.
Finalmente dos sujetos sin dientes rescatan al atrapado caballo de hierro y hacemos nuestras entrada triunfal al cielo.
Trobi, Manu, Willie, Jorge, Meche y yo. La playa y el agua clara. Primero cerveza, después vodka y al final, casi como un inevitable accidente, ron. Simpáticos pepinos escupen agua y los vasos se vacían. El pasado se reconquista con historias que el tiempo no ha logrado borrar. Se vence momentáneamente el pavor al futuro y se hacen planes. Olvidamos edad, responsabilidad, muerte, divorcios, vacas flacas, clases, abandonos, frustraciones y el reloj. Nos llenamos de existencia y curamos heridas con salitre. El horizonte no es más que un marco caído que encuadra la amistad en remojo. Vivimos a carcajada limpia una realidad temporal que casi hace posible creer en dios.
Al final todo se acaba, pero qué bien la pasamos. ¿Familia, repetimos en verano?
Si duda!!!!!!!!!!!
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