sábado, 25 de agosto de 2007

El viejo del supermercado

Estoy en el supermercado. Empujo mi carrito distraídamente persiguiendo a Ady por los pasillos del establecimiento. Me pregunto qué hago en ese sitio. La respuesta es nada. Sólo estoy ahí en un acto inconsciente de obediencia que, en realidad, no me cuesta nada. Sólo la acompaño y le cargo la compra para simplificarle la existencia.
De repente me topo de frente con un viejo como de 60 años. Está bien vestido: pantalón crema, camisa de manga corta de rayas por dentro y zapatos de vestir. Tiene cara de buena persona. Es uno de esos pocos seres que me caen bien sin haber hablado con ellos nunca. El viejo me simpatiza. Veo desde lejos que la angustia se dibuja en su ceño. Cuando me acerco un poco me percato de que tiene una lata en cada mano y el celular enganchado en la oreja. "Es que hay leche de coco y extracto de coco" dice con voz preocupada. "No hay ninguno que sea Coco López" dice aún más angustiado. Me quedo observándolo a manera de estudio social y veo que trata de hablar pero la voz que le contesta desde el otro extremo de la línea no lo deja. Imagino que recibe las instrucciones nuevamente, y de mala gana. Trato de ignorarlo para no meterme en su situación y le digo algo a Ady. Unos segundos más tarde vuelvo a mirar al viejo. Tiene cara de que está a punto de llorar. Lo escuché decir que no había lo que la vieja quería. En ese momento lo veo mirando el celular con una tristeza del carajo. La pantalla está encendida: sé que le gritaron la última orden y le engancharon sin despedirse, sin un te quiero y sin darle más oportunidad de explicación. Entonces me hago la película mental. La puñetera vieja ociosa de turno se antojó de hacer alguna receta ridícula que vio en alguna revista pendeja para mujeres sin nada que hacer. Se antojó del postre y le faltaba el coco molido, el extracto de coco, la leche de coco o lo que fuera. Entonce sucedió lo de siempre: el pobre viejo tuvo que vestirse para salir al supermercado a las diez de la noche. Obviamente, la vieja de mierda no se iba a vestir para salir a esa hora a buscar el maldito coco.
Mientras Ady termina de pagar veo al viejo en la fila expreso pagando dos latas con productos de coco diferentes y dos latas diferentes de leche condensada (imagino su otra odisea láctea). Me lo imagino llegando a su casa a recibir gritos porque es un bruto y no compró el puto coco que tenía que comprar. Me lo imagino comiéndose la porquería de postre y mientiéndole a su consorte que no cesa de preguntarle si está bueno. Hubiése quedado mejor si el hubiése llevado el coco que le pidieron. De repente estalla un rayo de luz en mi imaginación y lo imagino con una sonrisa sarcástica en la cara diciéndole a la vieja caprichosa: "Vete a la mierda, ese es el coco que había. No puedes cocinar huevos fritos y estás intentándo hacer postres gourmet. Vete al carajo y métete el jodío coco por el culo, vieja repugnante. El próximo capricho te lo cumples tu solita cariño". Me río de alegría. Ady me pregunta qué me pasa. Nada mi amor, nada. A veces hay un lazo invisible e indestructible entre los hombres. Espero que el pobre viejo esté tan bien como se merezca.

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