domingo, 28 de septiembre de 2008

En Walgreens

Era tarde. Cerca de las 3:30 a.m. de un sábado cualquiera. La borrachera era una cosa seria. San Juan, gran escenario nocturno de mi primera juventud, quedaba conquistado a nuestras espaldas una vez más. La hora y el alcohol trajeron consigo uno de esos ataques de brillantez y memoria selectiva que solía sufrir Trobi. Necesitaba champú y gel para el pelo. Una perfecta combinación de necesidades capilares a deshora.
Las opciones no eran muchas y, tras la odisea de recordar en que punto geográfico de la isleta habíamos dejado el caballo de hierro, arrastramos nuestros cuerpos apestosos a cigarrillo y el aliento de güisqui hasta el Walgreens de Isla Verde. Una vez en el pasillo correcto, las incógnitas no se hicieron esperar y el pobre de Trobi comenzó a sufrir un ataque de nervios ante la posibilidad de adquirir un producto para su cabello que no compensara el desembolso que haría para poder sacarlo de la tienda. Mi primera opción, robar cualquiera y salir de allí, recibió una fuerte reprimenda de mi amigo. Sólo le faltaba ponerse los calzoncillos por encima del mahón por el puto pote de gel. En fin, al final de la sección de los acondicionadores había una dama. Su atuendo delataba que acababa de salir de trabajar de una oficina seria (o donde sea que exigen a las mujeres llevar chaquetas azules y pantalones largos del mismo color).
Sabía que el tiempo que íbamos a pasar en aquel pasillo demasiado iluminado sería mi responsabilidad. Obviando la cara de perdido del confundido comprador, agarré los tres o cuatro potes que analizaba con tanto detenimiento y caminé hasta la muchacha. Sabía que un tipo con el pelo largo, mahones sucios y olor a güisqui no es el sueño de ninguna fémina en Walgreens al borde las cuatro de la mañana por lo que decidí actuar con propiedad y hablarle con corrección.
"Le ruego que disculpe mi interrupción, distinguida dama, no es mi intención irrumpir abruptamente en su proceso de adquisión de productos para el cabello. Lamento mucho tener que robarle unos segundo de su tiempo a una hora tan inoportuna. Espero no incomodarla en exceso. Verá, es que mi amigo y yo nos enfrentamos a una dicotomía que, aunque a primera instancia pueda parecer superflua, realmente nos preocupa y por ello recurrimos a usted. Nos gustaría que alumbrase con su... expertise femenino un entuerto de carácter capilar. Le rogamos que nos ayude a salvaguardar el bienestar de los folículos pilosos de mi amigo y nos ayude a elegir la combinación de champú y gel que más le convenga dentro de un limitado presupuesto". Terminé la perorata y ella me miró por espacio de dos o tres segundos más. Entonces apretó el pote que tenía en la mano y salió corriendo por el pasillo sin decir nada. De más está decir, pero lo digo igual, que la risa de Trobi retumbó por todo el establecimiento.
Me quedé clavado como un idiota con los productos en los brazos mirando la esquina por la que había desaparecido la mujer. Regresé hasta donde estaba Trobi y me informó que había tomado la importante decisión. Salimos de allí y llegamos a casa dejando a nuestro paso un río de carcajadas por toda la Avenida Isla Verde.
Divago. Lo que quería decir es que los años pasaron y hoy entré a Walgreens a comprar leche. Inmeditamente me atacó ese peculiar olor que tienen todos los Walgreens del mundo: una mezcla de centro comercial y desinfectante de hospital. Ese olor del espacio-no-espacio (y si los espacios-no-espacios existen Walgreens es el rey indiscutible) me trajo el grato recuerdo de aquella noche. No obstante esta noche estaba solo. Paseé un rato por el pasillo de los champús en busca de alguna aventura y al final regresé a casa sin nada que contar. Extraño aquellos días.
Metí mi leche en la nevera, bajé al laundry comunitario y metí mis media mojadas en la secadora y coloqué mis cuatro pesetas. La máquina, como la vida, se limitó a dar vueltas y más vueltas...

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