Aquí les dejo la columna de hoy. Parece que tocó una fibra en la comunidad de exiliados. Me parece que es la columna más leída y compartida desde que escribo en Buscapié. Gracias a todos los que la compartieron.
10 de noviembre de 2013
Se van
Gabino Iglesias
Resulta que el hecho de que la crisis social que vive Puerto Rico
hace que los puertorriqueños abandonen el país sigue siendo noticia.
Supongo que es mejor hablen de eso que de la extinción de los
dinosaurios. En cualquier caso, la noticia debería ser presentada de
otra manera: hay boricuas que se fueron sin muchas ganas y llevan al
país como tatuaje en el corazón.
El exilio autoimpuesto es algo que sólo conoce el que lo vive. Desde la distancia, Puerto Rico se transforma en playa, comida, sol, risa de amigos, familia, recuerdos y una añoranza agridulce que alimenta a diario las ganas de volver. Por eso se vuelve. Por desgracia, la vuelta siempre viene preñada de verdades.
Todos los espacios conocidos se comprimen y ocupan lugares especiales en el recuerdo del exiliado, pero cuando se arrancan del recuerdo y entran en la realidad, la cosa cambia. Las garitas del morro apestan. San Juan no es lo que se recuerda y los negocios están cerrados. Todo es ridículamente caro. La playa está llena de basura. Siempre hay tapón de camino al paraíso. Los supermercados son un chiste de mal gusto. Las universidades son espejo de los supermercados. El jíbaro de las canciones está extinto o escondido. Todo es crimen. La política es un lodazal repleto de cerdos contentos con su déficit neuronal, falta de ideas y estancamiento convulsivo. Al país le hace falta una mano de pintura y una buena revolución.
Ante la cruda realidad, el exiliado que regresa, se calla y acepta lo que ve con resignación. El plan era volver, ayudar, contribuir, cambiar la realidad. Como dijo Pedro, los sueños sueños son. No hay trabajos a los que retornar. No hay paz. Las oportunidades compartieron el destino de los dinosaurios.
Ah, se ama la patria, pero se regresa al pájaro de hierro con el corazón un poco más roto y, de camino a esa nueva casa que nunca será realmente casa, se redobla la fuerza con la que se guardan los imaginarios de una patria que sólo es dentro del exiliado.
El autor es estudiante doctoral.El exilio autoimpuesto es algo que sólo conoce el que lo vive. Desde la distancia, Puerto Rico se transforma en playa, comida, sol, risa de amigos, familia, recuerdos y una añoranza agridulce que alimenta a diario las ganas de volver. Por eso se vuelve. Por desgracia, la vuelta siempre viene preñada de verdades.
Todos los espacios conocidos se comprimen y ocupan lugares especiales en el recuerdo del exiliado, pero cuando se arrancan del recuerdo y entran en la realidad, la cosa cambia. Las garitas del morro apestan. San Juan no es lo que se recuerda y los negocios están cerrados. Todo es ridículamente caro. La playa está llena de basura. Siempre hay tapón de camino al paraíso. Los supermercados son un chiste de mal gusto. Las universidades son espejo de los supermercados. El jíbaro de las canciones está extinto o escondido. Todo es crimen. La política es un lodazal repleto de cerdos contentos con su déficit neuronal, falta de ideas y estancamiento convulsivo. Al país le hace falta una mano de pintura y una buena revolución.
Ante la cruda realidad, el exiliado que regresa, se calla y acepta lo que ve con resignación. El plan era volver, ayudar, contribuir, cambiar la realidad. Como dijo Pedro, los sueños sueños son. No hay trabajos a los que retornar. No hay paz. Las oportunidades compartieron el destino de los dinosaurios.
Ah, se ama la patria, pero se regresa al pájaro de hierro con el corazón un poco más roto y, de camino a esa nueva casa que nunca será realmente casa, se redobla la fuerza con la que se guardan los imaginarios de una patria que sólo es dentro del exiliado.
Pueden leer la original aquí.
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