Hacía mucho tiempo que no se quedaba una columna en el tintero. Esta la envié antes de que Santini hiciera el ridículo a moco tendido delante de las cámaras. Yo sabía que el lagrimón venía. Aunque la columna no contiene nombres, las alusiones al uso de la caspa del diablo son algo que no se ha probado en corte, y por lo tanto El Nuevo Día no puede publicarla. Como de costumbre, mi editor me explicó las razones y saldrá otra columna el domingo que viene. Mientras tanto, aquí les dejo "Nieve."
Nieve
Gabino Iglesias
Las dos líneas de polvo blanco hoy
están torcidas. El derrotado gladiador político clava los ojos en las diminutas
cordilleras de nieve y, aunque hace calor, un escalofrío le pasa por las
costillas como si una mano invisible las confundiera con un xilófono. Frente a
él bosteza un abismo oscuro y lleno de incertidumbre. Si no fuera un tipo tan
duro, seguramente saldrían lágrimas de sus ojos. Como no hay chivo expiatorio a
mano, se dobla sobre el escritorio y esnifa una tortuosa raya con la pasión
desmedida de un cerdo salvaje.
Desde las páginas grises de un
diario, la cara sonriente de la impía bruja que le arrancó el mundo de debajo
de los pies le aprieta el corazón. Un híbrido extraño, mezcla de ira e
incredulidad dolida, hace que le tiemblen las manos. En su cabeza revolotean
palabras extravagantes como consenso y apertura. Son términos que jamás
contempló. Ahora una diabla roja le ha usurpado lo que le pertenecía para
siempre, o hasta que se cansara de ello. La seguridad de que su mundo
continuaría igual hoy no es más que una quimera rota.
En la vida hay cosas que no tienen
sentido, y ésta definitivamente se lleva el premio a la más absurda. Que un
tipo duro, autoritario y macharrán empedernido sufra una derrota a manos de una
debilucha que usa falda y que, tanto literal como figurativamente, le faltan
huevos, es una ridiculez incomprensible. Lo han llamado gángster y guapetón de
barrio (cosas que le hacen sonreír cuando nadie lo ve), y lo derribó una enana
que se lleva con los dominicanos y la comunidad LGBTT. Si tan sólo pudiera
darle un par de bofetones...
El sudoroso y alicaído líder decora
el interior de su nariz con la segunda raya de nieve y suspira. Antes nunca
hizo caso, pero ahora el mandato es claro e ineludible. Por la ventana entra el
ruido de la ciudad que le pertenece. No, que le pertenecía. Finalmente, una
lágrima rueda por su mejilla.
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