miércoles, 12 de octubre de 2011
Sobre el peligro de los autómatas
El lunes salí del gimnasio y caminé hasta la acera donde me recogería mi transporte proletario. Con la espalda apoyada en la enorme columna de un puente y el maravilloso piano de Fito anidando en mi cerebro, me puse a observar el gentío que pululaba por la universidad.
Mientras veía la vida pasar, un grupo de universitarios cruzó por la acera de enfrente. Doce tipos. De los doce, once llevaban mahones, zapatos marrones, una polo de un color sólido por dentro del pantalón y el mismo peinado. El único que iba distinto llevaba una camiseta marrón por fuera y el resto del atuendo reglamentario. Todos eran blancos. Ninguno estaba tatuado. Ninguno iba escuchando música. Todos llevaban un bulto gris o negro en la espalda. Todos sonreían con la sonrisa tonta que produce la ignorancia contenta. En una línea de sospechosos, el grupo sería una pesadilla. Se me heló la sangre.
Yo me pongo, por lo general, lo que me da la gana. De igual forma, me parece genial que la gente haga lo mismo, que se pinten el pelo, decoren su pellejo mientras estén ocupándolo, que se llenen la cara de metal, etc. La policía de la moda, si quiere conversar, sabe dónde encontrarme. En cualquier caso, la vestimenta de estos individuos me decía tanto sobre el espacio social y mental que habitan como me diría sobre la profesión de una chica una micro-faldita de plástico negro, un tubo rosa embutiendo unas carnes alborotadas y unos tacones infinitos al lado de un farol a las tres de la mañana. Lo que yo tenía delante era la razón por la que el mundo está tan jodido: la falta de originalidad, de personalidad, de alma.
En la acera delante de mí no había un grupo de jóvenes universitarios: aquello era un pequeño ejército de futuros banqueros, abogados, contables y asociados de ventas en Sears. El futuro de Wall Street. Los próximos líderes de la nada, los elementos que asegurarán la perpetuidad de un sistema patriarcal, homofóbico, chauvinista e intolerable. En fin, una manada de mamones cristianos, republicanos, capitalistas, racistas, fanáticos del futbol americano y compradores de moda. Once sujetos, ni un ápice de singularidad. Un gran grupo de clones blandos y tontos como una manada de vacas.
Su atuendo me dejaba leer mucho más allá. Yo podía deconstruirlos, basado en un sinnúmero de experiencias previas, y notar su incapacitante simpleza de vocabulario, su convicción ciega de que lo poco que saben es absoluto, su apabullante sentido de superioridad basado en su enferma normatividad, su falta de pensamiento crítico y esa insolente actitud del que se sabe americano, hijo de dios, aceptado entre los suyos. Esa panda de imbéciles son los que atacan homosexuales porque les asusta la diferencia, los que levantan muros para mantener fuera a la Otredad, los que jamás aprenden un segundo idioma, los que censuran libros, canciones y películas, los que aprueban leyes para que pasen más hambre los pobres, para que tengan menos derechos las minorías, etc.
En un primer mundo poblado por autómatas, de nada vale ocupar Wall Street porque detrás vienen sus hijos, sus clones. Lo peor es que cada manada de reggaetoneros que veo en Puerto Rico escuchando la misma basura, cada rebaño de maniquíes que adopta la última moda en Europa, cada grupito que se engancha a una mierda de libro de vampiros o película de magos como si fuera una religión, cada caterva de descerebrados que se meten a un edificio a rezarle a un dios imaginado y a criticar a todo aquel que no haga lo mismo, cada miríada de androides que celebra la homogeneidad, la igualdad desigual, la aburrida uniformidad conforme y cada individuo que se desentiende de todo lo que ser un individuo implica, es un autómata que nos aleja de un mundo más justo, entretenido y auténtico. Haz tu parte: asesina un autómata hoy.
Bueno y en las palabras de Ford Fairlane: So many assholes.. so few bullets"
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