miércoles, 13 de enero de 2010

El pseudointelectual isleño

Puerto Rico es un país que se debate entre la estupidez política, la costumbre del mantengo y la delincuencia rampante... pero eso no es todo. Durante el mes de diciembre tuve la mala suerte de ver de cerca, y de leer cada mañana, una especie de energúmeno que me causa un incómodo sarpullido testicular: el pseudointelectual boricua.
Todos los hemos visto: paseándose por Borders en busca de la última aberración literaria de Pablo Conejo, sentados en cafés pontificando sobre cine como si hubiesen hecho un doctorado en cine en NYU, discutiendo sobre política en la fila del banco, etc. También los hemos leído en la plétora de blogs mediocres que ahora plagan las versiones digitales de nuestros diarios o los que conforman la masa de la blogosfera. Son enanos mentales que escriben en los periódicos haciendo alarde de un vocabulario recién aprendido, rebuscado e innecesario mientras regurgitan gastados discursos inútiles o se apoyan en citas o clichés para presentar algún punto tontaina o pensamiento reciclado que creen original en demasía.
Estas personas pueden ser hombres como el sacrosanto padre de la humortivación, el señor Silverio Pérez, o mujeres como la negritud personificada y martirizada que representa Mayra Santos Febres... escritora cuyo cénit literario fue saludar a Arturo Pérez Reverte una vez mientras recogía no sé qué premio...
Estos sujetos son esos que ves por ahí, vanagloriándose de que hicieron un bachillerato en Wichupita College allá en Estados Unidos o recomendando algún disco de música pop con la autoridad de aquel que vive convencido de que sabe algo de música. Los pseudointelectuales puertorriqueños son una especie que, como en todo lo demás que se hace en la Isla, tienen más de cuento, de fachada, que lo que realmente pueden tener de intelectuales. Estos sujetos dicen que son escritores, artistas plásticos, actores o músicos mientras pasan sus días en una oficinita gubernamental, friendo papas en un fast food, pidiéndole dinerito a papá o soñando con la mierda que van a comer cuando salgan de ese detestable ocho a cinco que tanto les impide dar rienda suelta a sus maravillosos dotes histriónicos, artísticos o literarios.
Es fácil ver a estos animales en manadas: sólo se aguantan entre ellos. Es más fácil aún aplicarles un poco de deconstrucción derridariana a su débil discurso de manera tal que queden desnudos y asustados, abrazados a su propia memez como aquel que se aferra a un árbol para que no se lo lleve el viento. Lo que estos enanos mentales con ínfulas de intelectuales no entienden es que ser un intelectual orgánico requiere trabajo, dedicación y un compromiso valiente e inalienable con todo aquello que se dice o se escribe. En otras palabras: para ser un intelectual hay que tener cojones y estar dispuesta a trabajar e incluso a darse de ostias con alguien en caso de que no les guste lo que dices.
La próxima vez que hablen con alguien que no sabe la diferencia entre un cinéfilo con demasiadas opiniones y un crítico de cine o escuchen una palabra mal usada salir de la boca de una de esas Susan Sontag que mastican chicle, escuchan Shakira y leen libritos de superación... tengan la bondad, mis queridos lectores, de poner en tela de juicio todo lo que digan, corregirlos si es necesario y darle de palos a lo que escupan: sólo así podremos comenzar a poner a la gente en su sitio.

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