A veces recuerdo salir del Hotel Pennsylvania a las tres o las cuatro de la mañana, con frío, y caminar con las manos en los bolsillos de mi chaqueta. Algunas veces iba solo, otras veces iba con Trobi. LLegaba, o llegábamos, a un callejón donde un indú habría su tiendecita de comestibles las 24 horas y compraba una chocolatina. Si Trobi estaba, compraba Snapple. Y así recuerdo apoyarme en las paredes sucias del Hotel Pennsylvania con la chocolatina en mano. Oliendo el humo del cigarrillo de Trobi mientras su cara se desdibujaba tras volutas de humo cansado y su boca paría genialidades o pendejadas con la misma facilidad. Recuerdo que éramos felices. Recuerdo que íbamos a cambiar el mundo. A veces creo que es mejor no recordar.
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