sábado, 19 de febrero de 2011

Violencia y posdatas literarias

La violencia me fascina. La capacidad humana para hacer daño sólo compara con la relativa fragilidad de nuestros cuerpos. Esa fascinación, que más de uno ha declarado aberrante y malsana, me ha llevado por extraños caminos literarios y fílmicos. Conozco como la palma de mi mano las historias de Albert Fish, Ed Guein, John Wayne Gacy, Andrei Chikatilo, Jack el Destripador, Ted Bundy, Jeffrey Dahmer y algunos otros asesinos de renombre. ¿Qué es lo peor de tener ese conocimiento? Vivir sabiendo que ninguno de esos individuos distaban demasiado del resto de nosotros.
Durante mucho tiempo pensé que había que estar mal de la cabeza para hacer cosas como esas. Luego aprendí que muchas personas matan o lastiman a un número mucho menor que los asesinos en serie pero con el mismo resultado fatal. Ahora he aprendido algo mucho peor.
Esta semana terminé de leer un libro titulado The Murderer Next Door: Why the Mind is Designed to Kill, de un psicólogo y profesor de UT llamado David M. Buss. El señor Buss es experto en psicología evolutiva y ha tenido a su cargo algunas de las investigaciones sobre violencia más importantes de las últimas dos décadas. En pocas palabras, el instinto de matar es una semilla flamable que todos llevamos en algún rincón del cerebro y que puede estallar en cualquier momento y por una diversidad infinita de razones.
El ser humano no puede pretender esconder miles de años de instinto asesino: somos unas bestias violentas y la manera en que nos tratamos lo demuestra. Según la psicología evolutiva, la forma más primal de evitar que nos quiten la pareja, demostrar nuestra superioridad y cuidar de nuestros hijos, por mecionar algunas cosas, es el asesinato.
¿Cuántas veces te ha pasado por la cabeza matar a alguien? No te preocupes: es natural. Esas veces en que decimos "Si alguien toca a mi hija/hijo..." o "El que le haga daño a mi familia..." son prueba de lo que propone Buss. El hecho de que nuestra propia evolución nos ha forzado a desarrollar mecanismo de defensa que van en contra de nuestras propias leyes me parece jocoso. Una de las partes más interesantes del libro es cuando se discuten los escenarios necesarios para que las personas acepten el asesinato como una opción viable que ha de pasar impune.
En resúmen: matar es parte de la naturaleza humana. La dicotomía entre nuestra naturaleza y la moral es el espacio desde el cual debemos tener todas las conversaciones en cuanto al asesinato. ¿Quién se atreve a empezar?

Hoy les dejo dos deliciosas posdatas literarias de primer orden:

"Soy el brujo que arde en tus entrañas y tus amantes tan sólo un instrumento gastado, roto, desafinado. Soy el brujo nena, el animal sagrado, la verga herida y tus amantes tan sólo el opaco y lejano sonido de un insecto ciego. Soy el infierno que devora tu cielito de promesas y sinsabores, soy el ansia y la sed que no apaga el agua y tus amantes tan sólo súplicas y mentiras en tu buzón de voz."
- Efraim Medina

"Me niego a cohabitar con la estupidez."
- Pedro Juan Gutiérrez

domingo, 13 de febrero de 2011

Onceavo Buscapié

Seguimos. Aplaudo a Egipto y festejo con un saco de sal la partida de De la Torre.
El otro día vi una película de Stephen King que se llama The Mist. La pelícua es bastante mala, pero sirve the brillante analogía para la situación de desconcierto de la UPR.


13 Febrero 2011
Gigante

El gigante aprieta los puños. Su camiseta azul tiene una palabra bordada en el pecho: hegemonía. Su déficit neuronal palidece ante el exceso de bíceps. Su simiesca mano empuña un garrote que vuela en un iracundo y ridículo intento por apaciguar la razón y dominar el verbo. La ira injustificada que carcome a la bestia lo ciega y ensordece. El único discurso que sale de sus fauces es el gruñido frustrado y el grito colérico.

Frente al enorme bárbaro se reúne un ejército cada vez más grande. Blanden elocuencia, coherencia y, más importante aún, los acompaña la razón. Sobre los apaleados hombros de la guerrilla pesa el cadáver inútil de la intransigencia del gigante.

La sangre corre y el gigante despacha un facsímil irrazonable de justicia unilateral que convierte el sueño de vivir en una democracia en un chiste de mal gusto. Los subordinados del gigante hacen su aparición. Vestidos de azul y con una necesidad imperiosa de demostrar su fuerza, los subordinados hacen lo posible por destrozar los intentos de raciocinio y los llamados a la negociación.

Acto seguido, como algo sacado de una pésima película de ciencia ficción “straight to video”, hacen su apocalíptica aparición los jinetes de la inopia. Vestidos de justicieros galácticos y embadurnados de testosterona, los jinetes pasean sus ridículos trajes espaciales por delante de los apaleados guerrilleros de la razón.

De los gritos, la adrenalina que engendra la violencia y los golpes innecesarios nacen como flores las preguntas. ¿Quién le otorgó un espacio a la tiranía en los espacios intelectuales? ¿De qué sirven los gobiernos malogrados? ¿Hasta cuándo reinará la tosquedad y la estupidez? ¿Debemos cambiar de vestimenta para recibir el nuevo oscurantismo?

Queda un trío de consuelos lenitivos. El primero es la llegada de nuevas tropas armadas de neuronas a las filas de la conciencia. El segundo es que los luchadores de la razón no se han rendido. Por último, queda como bandera una certera cita de Fito Cabrales: “Menos mal que con los rifles no se matan las palabras”.

n El autor es estudiante doctoral.


http://www.elnuevodia.com/columna-gigante-889157.html

martes, 8 de febrero de 2011

Hasta siempre, Gary

Faltaban pocos días para que mi vida alcanzara las 18 primaveras. Mi cuerpo saltaba dentro una Rodeo con problemas de suspensión y sin aire que se desplazaba a exceso de velocidad por caminos de tierra en algún rincón de Guánica. Mi barriga iba llena de cerveza y en mis oídos sonaba por primera vez el vozarrón y la guitarra de Gary Moore.
Desde aquel verano hasta hoy los discos de blues de Gary han sido parte del selecto grupo al que siempre regreso sin importar el tiempo o la evolución de los gustos. Además, su concierto de Montreux de 1990 es uno de esos pocos DVD que he comprado en mi vida y que, junto a conciertos de Eric Johnson, Al Di Meola, Clapton, Steve Vai, Yngwie Malmsteen y Satriani, no me canso de ver una y otra vez.
Ahora Gary ha muerto y nos deja a todos con un blues del carajo y un puñado de canciones como bálsamo.
Gary sabía lo que era el blues y su dedo del corazón era una arma letal que usaba como pocos guitarristas en cada solo.
Gary vuelve a sonar en mis bocinas esta noche y revisito clásicos como "Still got the blues," "Parisienne Walkways," "Sky is crying," "Too tired," "Oh pretty woman," "King of the blues" y "Walking by myself."
Siempre se mueren los buenos.
Hasta siempre, Gary.